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Hay biografías que se escriben con la tinta de la casualidad. La de Natasha Lee tuvo su origen en la decisión que tomó en algún momento una chavalina mierense de Turón de ir a trabajar a Marbella, y para que el milagro fuera completo tuvo ... que ver también en la elección que un chaval malayo hizo de la costa española para sus vacaciones. Que se encontraran, que se enamoraran, que ella lo dejara todo para irse con él a Malasia y que de ese amor naciera primero un niño y luego Natasha, en el verano de 1988, fue el segundo capítulo de una historia que nos trajo de retorno a Asturias a una niña que habría de convertirse en la jugadora con la trayectoria más importante en hockey sobre patines.
Tasha Lee llegó con seis años a Gijón, con los ojos llenos de los paisajes malayos y con un conocimiento muy básico del español, que en cuestión de dos semanas había resuelto ampliamente con una integración total en la ciudad, el colegio, la vida y el idioma. Inquieta, muy activa y con una predisposición natural para todos los deportes, practicó de todo en las extraescolares del colegio, hasta que las ruedas de los patines entraron a formar parte de su vida y su particular destreza, lo mucho que la divertía y la visión de Fernando Sierra, la abocaron definitivamente a un deporte que se convertiría no solo en el eje en torno al cual girarían sus días en lo sucesivo, sino también en aquello que la haría brillar con su propia luz. Porque Tasha es luz: en la pista ilumina y deslumbra. Y es pasión, y fuerza, y una vitalidad arrasadora, y energía. Su rostro, sin embargo, aparece tranquilo, y hay algo de niña buena en el óvalo de su cara que queda inmediatamente compensado por el gesto travieso que se deriva del hoyuelo que se le forma en la mejilla cuando sonríe. La frente despejada y el pelo siempre recogido, la mirada que parece ir por delante de lo que tiene frente a sí: el privilegio de los seres con capacidad para adelantarse a las jugadas en la pista y a las dificultades en la vida.
Su palmarés resulta impresionante: tanto con su equipo gijonés, el Telecable, como en el paréntesis con el Voltregá, acumula seis Copas de Europa, seis OK Liga, una Supercopa de España, cuatro Copas de la Reina. Además, ha jugado con la selección desde que tenía quince años, y con ella ha conseguido tres campeonatos del mundo y cinco títulos europeos.
Fisioterapeuta de profesión, porque su madre siempre condicionó su actividad deportiva a que no descuidara sus estudios, conoce el dolor de las lesiones y todo lo que estas traen consigo. También la nostalgia de Gijón que la invadió en sus primeras navidades fuera de casa, con el equipo catalán en el que jugó durante nueve temporadas. Le gusta vivir en esta ciudad y patearla, disfrutar de calles, de paseos por la playa y cafés. Ha vivido siempre entregada al hockey, no solo como jugadora sino también como entrenadora de las niñas que seguramente sueñan secretamente ser como ella, y confiesa, ahora que ha decidido retirarse de la competición, aunque aún tendría cuerda para alguna temporada más, que el hockey la ha hecho muy feliz y le ha proporcionado momentos increíbles como aquel campeonato del mundo conseguido en Chile, como tantas horas compartidas, o el reconocimiento en el estadio de El Molinón recientemente donde pudo comprobar el orgullo que la ciudad siente por les neñes del hockey, tantas victorias y también la satisfacción de haber conseguido gestionar las derrotas cuando las cosas no van tan bien.
Ahora que llega el momento de abrir una nueva etapa en la que sin duda no faltará la vinculación con el club y los patines, será el momento de disfrutar del sabor pausado de todas las imágenes que se han ido acumulando en su mirada. Y como cuando a los dieciocho años volvió a Malasia de la que apenas guardaba recuerdo, y se encontró que al estar frente a la casa de su abuela era capaz de identificar estancias, bullicios de primos, y olores, todos esos momentos que han ido tejiendo estos veinticinco años subida a unos patines, aferrada a un stick, configurarán en su memoria el álbum maravilloso de una vida feliz sobre ruedas.
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