![Nacho Vegas](https://s2.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202301/29/media/cortadas/80332192--1248x832.jpg)
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LAURA CASTAÑÓN
Domingo, 29 de enero 2023, 19:39
Nacho Vegas se asomó al mundo con la firme convicción de que Gijón, esa ciudad en la que amanecía su tiempo, era la suya para siempre. Terminaba 1974 y él, el mediano de tres hermanos de edades muy próximas, creció en los años de la ... Transición, alimentado por un ambiente familiar de izquierdas que le hizo nacer la conciencia social y empezar a mirar con ojos inscritos en preguntas lo que le rodeaba. No tanto la pasión por la música por la que no había un entusiasmo extraordinario, aunque en la memoria emocional de Nacho Vegas suenan de vez en cuando, envueltas por el ruido del motor del coche de los viajes familiares, las canciones de Sabina, Krahe y Alberto Pérez en La Mandrágora, o Los Beatles o Los Brincos, que siguen teniendo sabor a infancia y a familia. Aun así, el tocadiscos que había en casa estaba estropeado y Nacho Vegas, aficionado ya a un tipo de música que había descubierto gracias a que su hermano mayor, que era rockabilly, era oyente de Radio Kras, se gastaba el dinero de su paga en vinilos que dejaba sutilmente por casa para recordarle a su padre que era preciso tener un tocadiscos donde pudieran sonar, hasta que finalmente cedió y la casa se llenó de música. Para entonces Nacho Vegas ya participaba en programas de la radio pirata más escuchada en Gijón, y su cabeza se iba llenando de acordes, de melodías, de palabras. Los años del instituto Calderón y la efervescencia musical y literaria que se respiraba en aquel centro le sirvieron en bandeja los cómplices para aquella ruta que poco a poco se iba diseñando en su voluntad y en su deseo.
Nacho Vegas sigue teniendo el mismo aspecto que entonces, aunque la melena no sea tan larga y haya ido adquiriendo una solidez de esas que la vida suele traerte de regalo. Han pasado los años, pero hay en el pelo, y en la forma de mirar, en la sonrisa que regala en muy pequeñas dosis, mucho del adolescente que empezó a hacer música con su primer grupo, el universitario que transitó por la Filología Inglesa primero, la Española después, para quedar definitivamente fascinado por la Lingüística, por el poder inmenso del lenguaje; el que empezó a buscar su espacio para contar lo que quería y hacerlo en castellano, o en asturiano, abandonando aquel inglés que parecía ser el idioma oficial del Xixón Sound.
Detrás de ese flequillo ladeado se entrevén unos ojos en los que, lo quiera o no, la tristeza siempre encuentra acomodo. Eso de ir casi siempre vestido de negro, el cigarrillo presente entre los dedos, el aparente pacto con la bohemia, terminan por construir una imagen que proporciona argumentos para aquello de ser considerado cantante maldito. Pero no lo es: más allá de las tormentas que parecen acechar siempre en su corazón, hay una luz que rasga tinieblas. Con un público entregado y una crítica que no se cansa de elogiarlo, dice levantarse con el pie extremo izquierdo, dispuesto a veces a cazar vampiros. En sus canciones anidan pájaros salvajes, historias cercanas, heridas antiguas, calles sin salida, horas muertas, fantasmas cotidianos, las batallas y la reivindicación del activista insobornable, y mundos inmóviles que se derrumban con infinito estruendo. Ama su ciudad con todas sus cicatrices, ama las palabras y se le nota, escribe canciones que le gustaría que cantaran otros, pero posiblemente nadie sería capaz de imprimirles esa personalidad a la vez cálida y desolada, ese modo de decir que va del dolor a la ternura, que puede estallar en un himno o diluirse en una añada.
Lector implacable, poeta, mucho menos serio de lo que proclama su gesto, y mucho más tímido de lo que podría pensarse, Nacho Vegas mira el mundo con lucidez, escudriña en lo más oculto del alma, en las entrañas de la realidad, y encuentra las palabras, las melodías, para convertirlas en esas canciones que resultan indispensables.
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