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IVÁN VILLAR
Domingo, 10 de abril 2022, 13:44
Cuando al inicio de la década de los 90 el Ayuntamiento de Gijón alcanzó un acuerdo con el Ministerio de Obras Públicas para abordar una reforma integral del Muro el organismo estatal puso sobre la mesa un anteproyecto con tres posibles alternativas. La primera mantenía invariable la anchura del paseo peatonal (12 metros), pero reducía el espacio para el tráfico de seis a cuatro carriles, habilitando dos calzadas separadas en medio de las cuales habría un gran bulevar de doce metros de ancho dotado de árboles, bancos y mobiliario urbano. Esta solución proyectaba además una glorieta en la intersección con la actual calle Juan Alonso (entonces General Camilo Alonso). La segunda opción también suprimía dos de los seis carriles que ocupaban los coches, aunque en este caso los cuatro restantes compartirían una única calzada al lado de los edificios, aprovechando el espacio restante para ampliar de forma considerable la zona de paseo. Como tercera posibilidad se planteaba la peatonalización total del tramo central del Muro, desde la calle Ezcurdia hasta Menéndez Pelayo.
Tras analizar pros y contras de las diferentes opciones, y después de descartar propuestas adicionales como la construcción a la altura del martillo de Capua de dos carriles subterráneos en sentido hacia el este para evitar el rodeo por Marqués de Casa Valdés y Eladio Carreño, el 21 de febrero de 1991 la comisión municipal de Urbanismo dio su visto bueno a un proyecto que se situaba en un punto intermedio entre las dos primeras. El paseo peatonal se ensancharía, pero solo cuatro metros, y el tráfico pasaría de seis a cuatro carriles, distribuidos en dos calzadas, pero separados entre sí por una mediana ajardinada de cuatro metros y no por un bulevar. Entre los principales objetos de debate sobre la configuración de todo este espacio estuvo la conveniencia o no de incluir un carril bici. Aunque sí estaba contemplado en un inicio, finalmente el equipo de gobierno socialista lo descartó para no tener que limitar la ampliación peatonal y poder crear nuevas zonas ajardinadas.
Junto a la nueva distribución de espacios, que conllevaba además la supresión de 400 plazas de aparcamiento, se pretendía también un cambio de la imagen del paseo para la que se querían recuperar algunos elementos históricos e incorporar otros nuevos. Volvieron así las antiguas farolas de dos brazos, aunque no las enormes pérgolas que habían sido construidas en los años 50 y derribadas en 1982. Sí se instalaron a la altura de cada paso de cebra enormes marquesinas de hormigón pensadas para dar cobijo a puestos de venta ambulante y quioscos de helados y, diseminados por el paseo, quince grandes parasoles de metal. Estos últimos, al igual que la mediana, serán uno de los elementos más distintivos del actual Muro que desaparecerán con la nueva reforma que prepara ahora el Ayuntamiento, después de 30 años frente al principal arenal de la ciudad.
Con la gran reforma impulsada bajo la Alcaldía de Vicente Álvarez Areces, que arrancó en enero de 1992 y se dio por concluida en agosto de 1993, también regresaron al Muro los tamarindos y desaparecieron las banderolas de distintos países que tenían que ser renovadas casi cada año por los daños que les provocaba el viento. La obra incluyó la renovación de todo el pavimento del paseo a lo largo de 1,7 kilómetros, de 1,5 kilómetros de barandilla de fundición (respetando el diseño preexistente) y de 280 metros de balaustrada de hormigón. Se colocaron además fuentes, papeleras y 112 bancos. El coste de esa intervención integral ascendió a 871 millones de pesetas (5,2 millones de euros), de los que 570 millones fueron aportados por el ministerio.
El Ayuntamiento aprovechó para financiar su parte los 175 millones recibidos como indemnización por los daños derivados del hundimiento frente a la costa de Gijón del barco 'Castillo de Salas'.
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