Juan Carlos Román

Kiker

Artista plástico. Cuenta con reconocimientos y premios por su obra pictórica y escultórica que viene desarrollando desde siempre

Domingo, 21 de mayo 2023, 13:45

A veces cree oír el viento colándose por las rendijas del hórreo en el que nació y vivió sus primeros meses, y el estruendo que hacía al tropezar con el papel marrón de envolver con el que su padre había aislado las paredes. También de ... las manos de su padre, minero y hábil con la madera, salió la cuna, y ese olor aún se mezcla con sonidos y con sabores de la más remota infancia. Fue en 1949, en Los Corraones, que era una casería allerana perdida en el monte, cerca de Cabañaquinta. Nació como Enrique Benjamín Rodríguez Rodríguez, pero pocos podrían identificarlo con ese nombre. En cambio, el que adoptó como firma, Kiker, resulta imprescindible en el panorama plástico.

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Kiker fue un niño que, a saber por qué razón, siempre quiso ser pintor. Ni el ambiente era el más propicio, ni en su familia, más allá de la destreza manual de su padre y de su abuelo, que tenía una fragua, había ningún precedente, ni hubo nada que hiciera presagiar qué darían de sí los mundos de aquel niño que dibujaba a la perfección al Capitán Trueno, o a Joselito, o por supuesto a Marisol. Su madrina, que era maestra, supo ver la afición y el talento del pequeño y le regaló una caja de lápices de colores. Sus máximas calificaciones en Dibujo en el colegio, el bloc y el lápiz que siempre llevaba consigo, en el bolsillo del pantalón para dibujar todo aquello que se le ponía por delante, incluso las batallas a pedradas con los niños de otros pueblos con los que estaban declarados en guerra... Todo ello, en definitiva, llevó a sus padres a facilitarle la matrícula de un curso de dibujo por correspondencia, que siguió con aplicación, hasta que se encontró con que los ejercicios prácticos le proponían dibujar una estatua del natural, y su infancia rural no le ponía fácil el acceso a ninguna. Con muy pocos años, apenas adolescente, aprendió a hacer zapatos y a disfrutar del tacto y el olor del cuero, y también recogía los encargos de discos dedicados y solicitados para un programa de radio. Y pintaba. Aprendía de todo y de todos y ya en Gijón, con catorce años, se abrió ante él la posibilidad de que ese aprendizaje se conjurara con su imaginación, con lo que de artista palpitaba en los dedos, en la mirada, en el corazón.

Kiker mira con la decisión de quien disecciona todo aquello que ve. Las historias que luego contará con colores, con texturas o con volúmenes se hacen visibles para él porque sabe interpretar gestos, entender lo que ocultan (o muestran) otros ojos, descifrar el lenguaje secreto de las emociones. Y tras sus gafas habita la memoria de días en París, de la bohemia en su más estricto sentido, los retratos en la calle para comer, la buhardilla en Gijón, las exposiciones, los premios, los reconocimientos, los hallazgos, su rompedora presencia en la edición de Arco de 1985 con su WC Art, un catálogo de vivencias, de momentos, de imágenes tan profusas, tan abigarradas como todo lo que va adueñándose de su maravilloso estudio. Nunca sabe qué va a pintar, pero sabe que el temblor de crear se apodera de su voluntad, y cualquier objeto, cualquier encuentro, cualquier visión, trae consigo una historia que se convierte en mancha, en línea, en ironía gráfica, en argumento visual. Imaginativo y versátil, torrencial y mágico, en sus obras convive lo más emotivo con lo grotesco, y cada cuadro puede ser un grito o una caricia. Con las manos hechas a los pinceles, a la madera, al metal, transita de lo efímero a lo permanente, del expresionismo al surrealismo, de la curiosidad por todo lo que le rodea al profundo ensimismamiento del que brotan intuición y talento.

Aquel niño que sentía cierta vergüenza de reconocer que había nacido en un hórreo ha sabido sustituirla por el orgullo de quien ha conseguido enhebrar el azar con el empeño y ha logrado convertir su propia historia de espectador y actor en el latido vigoroso y frágil, de espuma y ceniza, que alimenta cada pincelada y la transforma en arte que es vida.

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