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En la primera planta del Colegio de la Inmaculada, el aula 101 ya no alberga clases de Historia. Ahora es un Museo de Ciencias. Pequeño, pero con piezas «realmente valiosas, en cuando a su valor histórico y científico. Algunas, equiparables a las que se conservan en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología», explica Javier Valdés, profesor de Física y Química del centro educativo y uno de los artífices, junto a la profesora de Biología Rosa Teijeiro y el propio alumnado, de un museo que pretende ser a la vez «un espacio de aprendizaje de las Ciencias».
Lo componen cerca de trescientas piezas de finales del siglo XIX y principios del XX. La mayoría, de fabricantes franceses porque en aquella época, la producción de instrumentos científicos en España era artesanal, explicó Teijeiro. Entre ellas hay «instrumentos de vacío, máquinas de óptica del inicio de la proyección cinematrográfica en Gijón, de electricidad, de microscopía, modelos del cuerpo humano, un barógrafo del siglo XIX, balanzas...». Javier Valdés repasa el contenido de las vitrinas que albergan este «tesoro» y señala la que, a su juicio, es la joya de la colección. Se trata de un equipo completo de rayos X que fue usado por el ejercito francés en campaña, durante la Primera Guerra Mundial, y que hoy en día aún está operativo. Son «exactamente los mismos instrumentos» que componían los equipos de rayos x portátiles que la Premio Nobel Maria Curie usó para poder atender en el frente a los soldados. Tal es su singularidad que se expone en un espacio destacado, en una vitrina en el pasillo.
En el interior hay, no obstante, otras piezas «impresionantes» y que ayer dejaron «sin palabras» a la propia alcaldesa de Gijón, Carmen Moriyón, durante la inauguración del museo. En concreto, dos: un microtomo (un instrumento de corte que permite la preparación de muestras para su observación en el microscopio) «que usaba Ramón y Cajal», Premio Nobel en Fisiología y Medicina en 1906; y un telégrafo Ducretet, de 1915, similar al que había en el Titanic cuando el famoso trasatlántico se hundió en 1912.
Todas son piezas que los jesuitas fueron adquiriendo desde la inauguración del colegio, en 1890, para dar contenido a los gabinetes de Historia Natural y de Física, que se abrieron en 1892. Esos instrumentos científicos, «punteros» en su momento fueron usados como material didáctico durante muchos años. La colección siguió incrementándose con más equipos en una segunda etapa, ya tras la expulsión de los jesuitas y la Guerra Civil, pero llegó un momento, en la década de los 80, en que todo ese material quedó en desuso. Almacenado. Hasta que en 2005, con un grupo de alumnos de diversificación curricular, se inició su recuperación. Se llevó a cabo una primera limpieza y catalogación de las piezas que dio lugar a una exposición ese mismo año. Y se continuó en el curso 2009-2010 con un mayor esfuerzo de catalogación que incluso dio lugar a una página web en la que se puede consultar información de las distintas piezas de la colección.
«Seguramente alguna se haya perdido pero me resulta admirable todo lo que se ha conservado hasta ahora y cómo se conservó», destaca el profesor de Física y Química. Porque, señala Javier Valdés, muchos de los equipos que llegan las vitrinas del museo aún están en condiciones de funcionar. «Otra cosa es que los sepamos utilizar» porque su manejor requiere ser «muy fino y cuidadoso».
Lo importante, a su juicio, es que este sea «un museo vivo, que forme parte de la vida colegial» y que dé la oportunidad al alumnado de «apreciar el fenómeno físico o químico que va estudiar de una forma muy clara, porque son instrumentos muy visuales». Nada desdeñable en un momento, el actual, en que «todos los instrumentos tienen asociada una pantalla de ordenador».
La intención del centro es abrir el Museo de la Ciencia a la ciudadanía, principalmente a otros centros educativos. La directora de la Inmaculada, Arancha Vega, está convencida de que esta magnífica colección «va a servir de inspiración y aprendizaje a las nuevas generaciones».
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