«El mejor regalo de Reyes sería que se acabase la guerra en Ucrania»

«Es muy extraño estar lejos de casa y de nuestras familias», pronuncia Lilia Katrechko apostada en la plaza Mayor. Junto a sus hijos Ihor, Artem y el pequeño Mark, de dos años, estas han sido sus primeras Navidades lejos de su país de origen, Ucrania. Y la de ayer, la primera Cabalgata de Reyes que les tocaba vivir en persona. La familia se vio forzada a abandonar la localidad ucraniana de Hostómel. Ubicada en el óblast de Kiev, fue uno de los primeros objetivos de las tropas rusas durante el inicio de la invasión al país vecino. Pese a lo dura de la situación, reconoce que «a los niños le encantan este tipo de celebraciones» e incluso bromea con que, pese a no conocer mucho esta tradición «ellos siempre piden algo». «En Ucrania esto no se hace», reconoce Lilia.

Junto a un puñado de compatriotas que residen en Gijón ayer disfrutaron, en cierta medida, de las carrozas y del jolgorio que se adueñó del centro durante la Cabalgata, aunque la cabeza y el cuerpo en muchos casos estén en lugares distintos. «Es muy difícil dejar un país atrás porque allí quedan familiares», ahonda Olena Pavlovska, también refugiada en Gijón desde este año, en compañía de algunos de sus hijos. No todos porque tres de ellos se han tenido que quedar en Ucrania. «Aquí hay seguridad y es una celebración muy bonita, pero nuestro corazón está allí, en Ucrania», expresa la ciudadana. Lamenta que a pesar del gran «ambiente» la celebración por la víspera de Reyes para las familias como la suya no deja de ser parcial. «Cuando en tu país están matando a personas no hay felicidad», reflexiona con crudeza.

Una de las hijas de Olena, Anastasia, es quien les ha acogido en Gijón. Anastasia ya llevaba cuatro años viviendo en la ciudad cuando las tropas rusas invadieron Ucrania. Junto a Ilias Ritniek, son padres de tres niños: Isabel, Symon y Mark. El último de ellos, de seis años, ya le ha echado la carta a Sus Majestades: «un avión y un dinosaurio», es lo que pide, poco antes de que su madre, Anastasia, reconozca que el mejor regalo que podrían recibir sería «el fin de la guerra», ya que desde febrero viven «con miedo constante». Con ganas de celebrar pero pocos motivos, estas familias han pasado las primeras Navidades alejados de sus casas, al igual que millones de compatriotas repartidos por otras ciudades y otros países. «Que se acabe esta pesadilla», coinciden todos en desear.