P. SUÁREZ
gijón.
Miércoles, 6 de mayo 2020, 00:37
Matilla de la Vega es un municipio leonés al que apenas separan unos 15 kilómetros de La Bañeza. Allí, hace 70 años se conocieron Arsenio Mendoza y Antonina de Vega. Él iba a regar unos terrenos de su padre y ella estaba junto ... a otros jóvenes en la plaza de la iglesia. No saben quién de los dos se fijó antes en el otro, pero el caso es que tras varios encuentros y algunos bailes de por medio la historia acabó en boda. Tras un breve periodo en el pueblo, donde llegaron a regentar un bar, Arsenio consiguió un trabajo en Gijón y el matrimonio, ya con varios hijos, se mudó a la ciudad de la que ya nunca se iría.
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Tras un tiempo en el sector de la construcción, él pasó a trabajar para Ensidesa, por aquel entonces floreciente motor de la industria asturiana. Dice Arsenio que trabajó mucho, suficiente como para sacar a sus diez hijos adelante. Antonina fue la encargada de que el esfuerzo mereciera la pena. Nunca se separaron y su historia, 70 años después de aquella boda, se sigue escribiendo en plural.
A sus 92 años, testigos generacionales de media restauración borbónica, una república, una guerra civil, una dictadura y una transición, ambos vivirán el próximo 15 de mayo su aniversario de bodas, las de titanio, más atípico. Lo harán, por primera vez, encerrados en su casa de El Llano a cuenta de un virus que, por otra parte, no ha conseguido quitarles la alegría. «Por lo menos tenemos la suerte de estar pasando esto juntos, que es algo que muchos otros no pueden tener. Estas cosas hay que llevarlas con paciencia y siendo optimistas. No hay otra», resume Arsenio. Él y Antonina llevan confinados desde incluso antes de que se decretase el estado de alarma debido a una obra en el ascensor de su edificio. No se percibe en ellos, sin embargo, un ápice de lamento. «Lo llevamos bien. Yo leo EL COMERCIO todas las mañanas y luego vemos la tele o hacemos sopas de letras. Al final, lo peor es no poder abrazar a nuestros hijos», resume él.
Tratan de restar importancia a la situación, pero ninguno de los dos ha perdido la conciencia de a lo que se enfrentan. Prueba de ello es que cada tarde el matrimonio se asoma a la ventana para sumarse al aplauso de agradecimiento a los sanitarios. Son los momentos más emotivos del día, cuando dicen que más se acuerdan de los hijos y nietos a los que llevan casi dos meses sin ver.
Su actitud ante la adversidad es toda una lección de vida en sí misma, fraguada en 70 años de convivencia y complicidades. Preguntados por la celebración en ciernes, ninguno de los dos tiene dudas de que habrá tiempo de llevarla a cabo y volver a reunir a los más de 40 familiares que cada año festejan el aniversario de bodas. «Hoy en día, 70 años casados no los hace cualquiera, así que hay que celebrarlo», dicen, con un optimismo que, como su matrimonio, es cuanto menos de titanio.
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