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LAURA CASTAÑÓN
Domingo, 19 de diciembre 2021, 00:21
A Marisela Cueto la vocación, más que venirle de las alturas y de lo etéreo, le surgió de las profundidades de la tierra y lo que ello suponía: del trabajo de su padre como picador en la cuenca del Nalón, donde nació ella, en 1949, ... en La Braña, en Tuilla. Vivir la mina y sus circunstancias, conocer de cerca los valores de la solidaridad, del apoyo, de las necesidades y de la dureza de una vida marcada por las explosiones de grisú y el trabajo extenuante, la amenaza de la silicosis nublando cualquier futuro, le trazó el camino que ya no iba a abandonar nunca: el compromiso con su propia conciencia.
Hay una luz apacible en la mirada de Marisela Cueto que no deja de repetir que lo que ella hace tiene el valor de lo colectivo, que es el trabajo de mucha gente lo que convierte a la Asociación Gijonesa de Caridad, a la Cocina Económica, en una de las instituciones mejor valoradas y más queridas por los gijoneses, desde que allá a finales del siglo XIX se pusiera en marcha para paliar el hambre que las terribles condiciones sociales del momento procuraban a la población. Mucho tiempo ha pasado desde entonces y mucho ha cambiado la vida en la ciudad sin que, sin embargo, hayan podido desterrarse las condiciones de pobreza y de necesidad que, desafiando cualquier progreso, siguen dibujando la cara oculta de la realidad.
Y sin embargo, ese gesto que a través de la mirada traduce la serenidad interior, no puede llevar a engaño: tanto por dentro como por fuera, Marisela Cueto es torbellino, actividad intensa, trabajo infatigable. Desde siempre, la inquietud, el compromiso, la tenacidad, ha presidido cada uno de sus actos, la firmeza en su determinación de pelear por la justicia. Se hizo monja convencida de que desde esa posición y apoyándose en la fe, podía trabajar por los demás y su decisión estaba clara: entre estudiar Magisterio y Trabajo Social optó por lo segundo porque tenía muy definidas sus prioridades y sabía que su lugar estaba del lado de las personas con más vulnerabilidades, con una mayor necesidad. En esa trayectoria desde los años en la JOC en la adolescencia, el ejemplo y apoyo inquebrantable de su hermano mayor sacerdote, el inolvidable Alfredo Cueto y la relación de ambos con Gaspar García Laviana, los años de pastoral en la cárcel, el mundo de las chabolas, sentir de cerca el dolor, y el miedo y la soledad, esa cercanía con los desposeídos, se ha forjado un carácter y se ha escrito una biografía.
Marisela Cueto es serenidad y es sonrisa, y es batalla incansable, con los pies bien firmes en la realidad más dura y los ojos puestos en la voluntad de cuidar de la dignidad de las personas, la que se procura no solo llenando su estómago sino aprendiendo siempre de las historias de derrota, de errores, de sueños destrozados que encuentran acomodo ante un plato caliente y la conversación de quien los mira a los ojos y ve más allá de su mirada vencida. Porque no es solo el calor que conforta el estómago con la comida recién hecha y humeante: es también la calidez que restituye la dignidad, la acogida.
Al frente de la Asociación Gijonesa de Caridad, Marisela Cueto querría no sentir esa impotencia inevitable, que la burocracia y todo lo que supone la dirección se minimizara para poder dedicar más tiempo a las más de trescientas personas que acuden a diario a comer, a quienes son acogidos y alojados de forma temporal, a quienes se integran en talleres o reciben asistencia dental, o médica, a quienes en definitiva encuentran una brizna de esperanza.
Cuando a Marisela Cueto alguien le dice alguna vez que si cree que puede salvar el mundo, no necesita pensar la respuesta: sabe que su tarea es arreglar la parcela que le corresponde. Y a ello vive entregada, abrigada por su fe, a la sombra del recuerdo de su hermano y de aquellos de los que aprendió que el latido de la tierra se parece mucho al de un corazón generoso.
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