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LAURA CASTAÑÓN
Domingo, 20 de febrero 2022, 16:58
Es cierto que es el azar el principal responsable de que la vida de cada una sea la que es, pero también la fuerza de las decisiones y la firmeza de las mismas, determinan por qué cauce ha de discurrir el río de la propia ... existencia. En el caso de María José Capellín (Cangas de Onís, 1950), hay una madre firmemente resuelta a que ninguno de sus hijos, y principalmente sus hijas tuvieran que repetir su propia frustración de haber querido estudiar y no poder hacerlo. Así que, puesto que la idea de ir enviando a cada uno de los cuatro como internos en un colegio se le hacía cuesta arriba, tomó la decisión de que fuera toda la familia la que se trasladara a un lugar con más posibilidades para estudiar, y de ese modo el paisaje cambió, las circunstancias cambiaron, y María José Capellín se encontró siendo alumna de las Ursulinas en Gijón que, quién se lo iba a decir, terminarían por conducir sus pasos hacia el compromiso político y la militancia en la izquierda.
Si fueron las chabolas de la Cábila en las visitas con el colegio para conocer las condiciones de vida de sus habitantes y los trabajos de voluntariado los que despertaron la conciencia social, fue un médico el detonante de su conciencia feminista: el que le diagnosticó con pocos años una salud quebradiza que seguramente, dijo, le impediría llevar una vida académica, pero, añadió, eso no importaba mucho porque era una niña. No lo sabía pero con aquella frase estaba generando la rebeldía para demostrar que no podía estar más equivocado. A ello ayudaron, claro, las lecturas. Si en las novelas de Julio Verne que devoraba, la presencia de heroínas brillaba por su ausencia y en las novelas policiacas nunca había una jueza ni una abogada, en la Biblioteca Pública encontró muchas respuestas en forma de libros que por alguna razón habían sobrevivido a los expurgos, como los de Margarita Nelken. El voluntariado con niños de las chabolas que aún siguen doliendo, fue haciéndose compañero de las asambleas y de la universidad donde estudió Filosofía y Letras, con la especialidad de Antropología y donde se dio de bruces con una realidad que ahora puede parecernos marciana: en el año 68 las estudiantes no podían llevar pantalones, y a María José, que por entonces era más de minifalda, le faltó tiempo para comprarse unos y acudir con ellos a clase.
Y, sin embargo, en ese rostro, a la rebeldía le gana la partida una dulzura en su gesto, una serenidad y una luz que ilumina las sombras porque es el resultado de la mezcla entre la inteligencia y la empatía. Esos ojos son claridad, pero a veces la risa los convierte en apenas unas líneas en una cara en la que conviven las huellas de una vida que se escribe a diario con letra apretada, los datos de una biografía en la que desde la contestación antifranquista en las calles, el exilio, la experiencia como locutora en la Radio Pirenaica, su trabajo en la política como secretaria de Horacio Fernández Inguanzo, la lucha feminista en las calles, la reivindicación permanente, la fundación de la Tertulia Feminista Les Comadres primero y el Fórum de Política Feminista después, y la conciencia siempre. Analítica, racional, y profundamente convencida de la necesidad de conocer la realidad de los invisibles antes de elaborar las imprescindibles teorías, ha sido modelo e inspiración para promociones de estudiantes de Trabajo Social.
Estos últimos años ha aprendido a negociar con la fibromialgia y la fatiga crónica, compañeras de ya tanto tiempo y, sin renunciar a la actividad, sabe que de vez en cuando hay que aflojar un poco. Nada ha podido, sin embargo, con su sonrisa y sus ganas, con su convicción y su batalla. Con la certeza de que el camino ha sido largo y es mucho lo que se ha conseguido, pero de ningún modo puede bajarse la guardia porque la involución siempre está al acecho.
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