Las acrobacias ya llegaron con el número inicial, 'Charivari'. FOTOS: DAMIÁN ARIENZA

'Kooza' despliega su magia en Gijón

La primera función del Circo del Sol conquistó a un público que sufrió caravanas para entrar y salir del recinto y que se dejó mecer por un espectáculo de ritmo vertiginoso y números vibrantes

M. F. ANTUÑA

Jueves, 1 de agosto 2019, 03:30

La carpa con una gran entrada y el público feliz y contento, hipnotizado por el ritmo y la belleza, por la sonrisa y el riesgo, por el vértigo, la plástica, la magia de un más difícil todavía que no es tan fácil como parece, por ... el sofisticado cóctel molotov que el Cirque du Soleil lleva años sirviendo en una copa fresca, refrescante y única. 'Kooza' alzó ayer el telón a un mes de funciones en el Muelle de la Osa del puerto de El Musel con una decena de números hilados y aliñados con toda esa estética marca de la casa canadiense nacida en 1984 en Montreal y que se ha convertido en una auténtica multinacional del espectáculo a cuyas delicias es difícil resistirse. Eso a pesar de que los espectadores tuvieron que padecer una caravana y diez minutos de espera al inicio del espectáculo ante la llegada masiva de coches a la misma hora, problemas que se repitieron a la salida con un caos circulatorio en el que muchos lamentaron la falta de previsión. Porque 'Kooza' es más de lo mismo, pero es distinto a 'Saltimbanco', 'Alegría' y 'Varekai', los espectáculos que ya se pudieron ver bajo carpa en Gijón. Lo es porque tiene un ritmo más vertiginoso, aunque mantiene su mundo onírico, su estética cuidada con mimo en cada pieza del colorista vestuario, en las pelucas, en los maquillajes de los artistas, en la forma en la que se presenta todo un conjunto que no es una sucesión de números de circo de gran nivel sin más, sino un todo, una dramaturgia, una historia que contar con sus personajes protagonistas, el Inocente, el Bromista y con los tres 'clowns', que comienzan el espectáculo animando la llegada del público a sus asientos.

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El antes ya es parte de un 'show' que saca a todos esos personajes a escena como prolegómeno al vertiginoso ritmo de las acrobacias de Charivari, un conjunto formado por artistas moldavos, rusos, australianos, mongoles y estadounidenses conformando una coreografía total de bienvenida mientras la música ya suena alta y afinada con dos cantantes, trombón, teclados, saxofón, trompeta, guitarras eléctrica y acústica, bajo, batería y percusión. Porque la música importa, y mucho, y ofrece al público una fusión de sonidos dispares, con mucha influencia tradicional india, pero con hueco para los sones de los setenta, para el Hollywood de los años cuarenta y cincuenta, para trazar un camino que los músicos transitan desde el hermoso teatrillo central a dos alturas que preside el gran escenario casi circular.

Todo lo que adorna, todo lo que acompaña, todo lo que sucede en cada momento, cada gesto, cada detalle, cada movimiento, importan y están medidos en esa búsqueda de esa belleza del espectáculo en general que se va concretando en los números que revelan a esos superhéroes circenses de carne y hueso. Tras esa primera coreografía, llegaron dos contorsionistas de Mongolia que parecen romper con las reglas de la anatomía para componer con sus cuerpos un baile imposible. Continúa el show con el juego aéreo que ejecuta la estadounidense Haley Viloria y prosigue con el dúo que juega a la contorsión y la acrobacia en un monociclo. Son dos rusos, Yury Shavro y Olga Tutynina, quienes giran y giran antes de que los payasos comiencen a hacer de las suyas.

Aviso a navegantes: los 'clown' requieren del concurso de 'voluntarios' que acaban en escena participando del 'show'. Son tres -Gordon White, Miguel Berlanga, el único español del espectáculo, y Michael Garner- , uno de ellos, bautizado como el rey, juega un papel estelar en esta propuesta que rinde tributo a los orígenes del circo.

Tras la calma regresa la tempestad, con la danza de los esqueletos, otra coreografía coral repleta de acrobacias previa a uno de los grandes momentos de las noches, el de las Ruedas de la Muerte. Sobre un eje central, giran dos estructuras circulares y tres acróbatas transitan por ellas por dentro y por fuera y de dentro afuera. Aquí el grito coral del público trasciende en el momento más tenso antes de que un impresioante solo de batería ponga el redoble final al despliegue aéreo de puro vértigo de Angelo Rodríguez, Junior Espinoza y Ronald Solís.

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Un número de manipulación de aros muy cercano a la gimnasia rítmica sale a escena con Irina Akimova antes de que los payasos vuelvan a desatar sonrisas apenas sin abrir la boca, antes del diábolo del taiwanés Wei-Liang Lin y del boom final, que vuelve a ser un despliegue apabullante de acrobacias, saltos imposibles, trampolines, vuelos unos encima de otros, sobre un zanco, sobre dos, con la música marcando el ritmo del fin de fiesta con una docena de personas sobre el escenario. Faltó, por problemas técnicos, un número de funambulismo sobre dos cuerdas que se podrá ver en siguientes funciones. Aún sin él, las 2.600 personas que anoche ocuparon localidad aplaudieron en pie largo. Queda un mes para volver a verlo y gozarlo.

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