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olaya suárez
Domingo, 20 de septiembre 2020, 00:52
«¿Dónde estás? No sé nada de ti desde ayer». Era el mediodía del 14 de febrero de 2018. Javier Ledo Ovide enviaba ese mensaje desde su móvil al de Paz Fernández Borrego. Sabía dónde estaba la mujer y también dónde había depositado él ... mismo su teléfono. Había empezado a preparar una coartada, burda, para intentar desviar la atención del asesinato que, según el veredicto del jurado popular, acababa de cometer.
Para cuando al acusado mandó ese 'whatsapp', ya se habría deshecho del cadáver de Paz arrojándolo desde un puente al embalse de Arbón (Villayón), ya habría tirado las pertenencias de la víctima a un arroyo que desembocaba en el mismo lugar y se había afanado por limpiar la casa en la que mató a golpes a la gijonesa de 43 años, madre de dos hijos (la más pequeña de solo cuatro años ) y con quien mantenía una relación desde hacía varios meses. El tribunal popular fue unánime al determinar que Javier Ledo asesinó a Paz Fernández Borrego y que lo hizo con el agravante de superioridad de género.
Poco lugar a las dudas dejaron las pruebas recogidas en la investigación realizada por la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, apuntalada por una autopsia que reveló que la mujer murió de «múltiples golpes en la cabeza producidos con un objeto contundente».
Distintas versiones
Pese a intentarlo, el acusado, no consiguió demostrar ni que la muerte había sido accidental ni que solo mantenía con Paz una relación de prostituta y cliente. La aportada el primer día del juicio era la cuarta versión que ofrecía sobre lo ocurrido. Tras ser detenido, poco después de que un piragüista hallase los restos mortales, Ledo dijo no tener nada que ver con el crimen.
Cuando las evidencias empezaron a hablar, entonces señaló que sí, que había intentando ocultar el cuerpo, pero que la muerte había sido accidental: se había caído por una escalera. Cuando la autopsia determinó que la víctima tenía lesiones que no eran compatibles con una caída fortuita, manifestó que Paz le había robado dinero que tenía en casa y que entonces él le había golpeado con un rodillo de cocina «solo en los brazos» para que se lo devolviese.
El castillo de naipes se le fue desmoronando poco a poco hasta que el viernes, pasadas las diez de la noche, el jurado popular acabó por echarle abajo la última carta. Le queda, no obstante, la posibilidad de recurrir la sentencia por el delito de asesinato ante el Tribunal Superior de Justicia de Asturias (TSJA).
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Durante la semana que se prolongó el juicio en la Sección Octava de la Audiencia Provincial no cambió el semblante, se mantuvo impasible en las largas mañanas en las que desfilaron testigos, peritos, familiares y guardia civiles. Solo se le atisbó un gesto, de cariño, para devolverle a su propia hermana un beso que ella le lanzó cuando abandonaba la sala de vistas tras declarar ante el juez. El resto de tiempo Javier Ledo permaneció aparentemente imperturbable. No hizo ni siquiera uso del derecho a la última palabra en la que la mayoría de procesados que defienden su inocencia tratan de ganarse al jurado popular.
En su declaración del primer día solo quiso contestar a su abogado y lo hizo para responder escuetamente con un guión del que no se salió. «Discutimos por dinero, se cayó por la escalera y cuando fui a ver qué había pasado la encontré en medio de un charco de sangre, le tomé el pulso y la di por muerta. Pensé en llamar a una ambulancia, pero tenía miedo de que me quitasen a mi hijo, como así está siendo, así que no sé cómo, empecé a conducir y acabé en Villayón». Fin del relato.
Sangre en toda la casa
Los guardias civiles desmontaron esa explicación, ya que en la minuciosa inspección que llevaron a cabo en la casa de Navia en la que se produjo el crimen encontraron restos de sangre no solo en las escaleras, también en la cocina, en una de las habitaciones y en una piedra de cinco kilos que había en una repisa. La ciencia ha acabado por hablar y ha desmontado la palabra de Ledo.
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