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LAURA CASTAÑÓN
Domingo, 19 de noviembre 2023, 00:21
Hay muchas formas de ponerse un sombrero pero solo una de, cuando lo llevas puesto, ser Javi Savoy. Aparcar eso tan solemne de Javier Egocheaga y ser, ya para todos, un nombre con reminiscencias de siempre y un apellido determinado por el espacio que forma ... parte de la memoria emocional de varias generaciones. Cuando nació, en 1964, nada hacía presagiar la cantidad de sueños que ya anidaban secretamente en la mirada de aquel niño, hijo de un minero de La Camocha, que había dejado su vida rural en la zona de Villaviciosa para buscar en la ciudad un tiempo mejor para los hijos. La mina dio paso a otros trabajos y desde La Camocha se trasladó a ese lugar indeterminado donde confluyen los barrios de El Llano, Pumarín y Contrueces. Se convirtió en el territorio de una infancia que siempre miraba hacia más allá de las calles y de la ciudad: el latido en las páginas de los libros que leía, para navegar por el Mississippi de la mano de Tom Sawyer o por las selvas de Malasia. El niño de entonces vio cómo al paraíso que eran los libros se sumaba en su vida el de la música, la que se elevaba por encima de las canciones que sonaban por entonces en la radio o en la tele.
Tuvo la culpa una cassette de Elvis Presley que se convirtió en motor y revolución. De pronto Elvis ya no era aquel tipo que había visto en alguna película de tarde en la tele, era la contundencia maravillosa de una música que encontró en la necesidad de soñar de aquel niño de barrio el canal adecuado para transformar su mundo y ponerle la banda sonora a sus deseos de conocer, de vivir, de sentir. La adolescencia le pilló en pleno proceso de adecuar la pasión por el rock clásico, que desde entonces sería el eje central de su mundo, al resto de circunstancias de su vida. Porque todo eso llevaba aparejada una estética que poco tenía que ver con el corte de pelo que llevaba hasta entonces, ni en la ropa, ni en la forma de vivir, ni en ese placer inconmensurable cada vez que, por fin, un disco caía en sus manos. No era Gijón el escenario de muchas tribus urbanas, pero fue una época en la que las calles empezaron a dibujar el mapa del santo y seña de punks, heavies, rockabillys... La coincidencia en el tiempo con el estreno de la película 'Grease' trajo consigo algún que otro conflicto, porque ni Javi, ni aquellos amigos que participaban de la misma pasión musical llevaban nada bien que los llamaran 'travoltas'.
Javi Egocheaga, Javi Savoy, fue peluquero durante un tiempo. Antes, y como aquello de estudiar consistía en algo más que la historia, que eso sí le apasionaba, había abandonado el instituto y había demostrado que podía emplear el tiempo y alcanzar la independencia económica. Así que desde repartir bombonas de butano a asfaltar calles, había hecho distintos trabajos. Y había llegado Pili, su compañera de ya tanta vida, que conquistó su corazón en el primer instante, cuando la vio vestida como a ella le gustaba, con los vestidos que su madre modista le hacía, siguiendo los cánones de los que ella misma había vestido en su juventud... Un golpe de suerte en forma de pellizquín de lotería lo llevó a iniciar la aventura hostelera abriendo el Savoy.
Ya antes la música lo había llevado a otra aventura: la de crear el grupo Lucas y los Patosos, que tuvieron un éxito considerable en los ochenta. Vendrían después los Paramétricos, y la música siempre, durante todo el día, en todas partes. En los últimos tiempos, además, le ha encontrado la gracia a otros géneros, a los boleros, a las rancheras. Sus locales son imprescindibles en la historia de la música en Gijón. Su personalidad arrolladora y cómplice. Su gesto, a medio camino entre galán seguro de sí mismo, músico un poco atormentado y chaval de barrio a punto de viajar con la ilusión en una maleta.
Cuando era pequeño decía que quería ser sheriff. Ahora, con el sombrero, el pañuelo, ese bigote que no sabe si decantarse hacia Clark Gable o Jorge Negrete y esa mirada en la que convive la curiosidad permanente con la calma de quien va llegando mucho más lejos de lo que nunca había imaginado, sigue dibujando con acordes, escribiendo con ritmos, imaginando un mundo que ha conseguido construir a la medida de los sueños que entonces parecían tan, tan lejanos.
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