Janel Cuesta | Escritor
Janel Cuesta: «En el siglo XIX, el Ayuntamiento de Gijón prohibió ir en madreñes por la calle Corrida»Janel Cuesta | Escritor
Janel Cuesta: «En el siglo XIX, el Ayuntamiento de Gijón prohibió ir en madreñes por la calle Corrida»El Gijón del siglo XIX era mucho más pequeño que La Calzada actual. Abarcaba desde Cimavilla hasta Corrida y Puerta de la Villa ya era zona rural. De hecho, en 1857 solo había 23.621 vecinos (30.000 en 1890; 47.544 en 1900). ... En aquella pujante urbe marinera e industrial, una ciudad en plena transformación, para preservar el asfalto de la calle Corrida los alcaldes decidieron prohibir el uso de madreñes. Janel Cuesta (Noreña, 1933) presenta el próximo viernes, de la mano del Aula de Cultura de EL COMERCIO, su libro sobre los 53 alcaldes que gobernaron Gijón entre 1840 y 1899. Será al mediodía, en el salón de recepciones del Ayuntamiento, donde el veterano colaborador del decano estará acompañado por la alcaldesa, Carmen Moriyón, quien ha querido realzar la puesta de largo de un documento histórico de enorme valor para la ciudad dándole el boato requerido. Janel Cuesta, autor también de cuatro obras de teatro, firmará al día siguiente su libro, el número 36 de una prolífica producción editorial, en la Librería Central (de 12 a 14 horas, 390 páginas, 25 euros).
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–Parece un imposible documentar la biografía de los alcaldes de Gijón del siglo XIX. ¿Cómo lo ha conseguido?
–El año pasado publiqué los del siglo XX porque así me daba un año más para investigar el XIX, pues estos datos de los 53 alcaldes habidos entre 1840 y 1899 son muy difíciles de encontrar. Si fuese ateo y no creyese en los milagros, tendría que creer. Podría, de hecho, escribir otro libro mucho más amplio sobre cómo conseguí esta información, que bien podría titularse 'El libro de los milagros'.
–Como por ejemplo...
–Juan Francisco Calderón, el primer alcalde de Gijón, el de 1840. En la lista de referencia realizada por un funcionario municipal llamado Agapito González no venían el segundo apellido ni mayor referencia suya. Después de varios años indagando sin éxito, un día me llama Tini: «Pasa, te voy a regalar un libro». Era la biografía de Justo del Castillo, escrita por Agustín Guzmán. Yo había encontrado un apellido Calderón en Galicia y otro en Cantabria, pero no tenían conexión. En este libro aparece un miembro de la familia de Justo del Castillo casado con Pedra Calderón. Tiro del hilo. Una hija, Carolina Díaz Calderón, se casa con Justo del Castillo y de ahí nace la pintora Carolina del Castillo. Voy a por Manuel del Castillo, quien fuera concejal. Me empieza a dar información, me pone en contacto con otro y consigo la historia.
–¿Alguno más que le venga a la mente?
–Casimiro Domínguez-Gil.Él tuvo un hijo que también fue alcalde y el problema es que el hijo juntó con un guion los dos apellidos paternos y esto generaba confusión. Moisés Llordén, para ingresar en el Real Instituto de Estudios Asturianos, hizo un estudio de la familia Domínguez-Gil y esto fue importantísimo para aclarar el malentendido.
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–¿Cómo es el cambio de aquellos regidores nombrados por la Corona a los alcaldes electos?
–Isabel II promulga en 1838 una ley para cambiar el sistema de los regidores, hasta entonces impuestos por el Rey y que siempre eran personas notables. Con el cambio, pasan a votarlos por distritos los alcaldes pedáneos, quienes a su vez han sido elegidos por el pueblo. Entonces los alcaldes lo eran por dos años, pero a veces uno dimitía y el sucesor no había quedado reflejado en la lista de Agapito González. De modo que su trabajo, siendo importantísimo, solo puede considerarse como un punto de partida, porque tiene omisiones y algunos errores ortográficos.
–¿Cuánto tiempo tardó? Parece que no da una vida.
–Años y años. Yo empecé en 1952 a hacer información deportiva en 'Voluntad'. Desde entonces recopilo información de los personajes de la ciudad. Algunos eran alcaldes y otros lo serían. Así, han pasado 72 años desde entonces, he ido ordenando toda la información por carpetas. El año 2000 es una fecha clave. Dejo de ser presidente del Grupo y mi vida cambia, porque hasta entonces estaba ocupado mañana y tarde. Y decido coger este proyecto en firme e intentar completarlo para que no se pierda toda la información recabada. Tenía ya 68 años, pensaba que necesitaría salud y tiré para adelante.
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–¿Dónde buscó?
–En caso de haberla, la fuente más importante es la familia. Antes la guía telefónica era de gran ayuda, pero ya no existe. Fue relativamente fácil dar con las familias para los alcaldes del siglo XX, pero para los del XIX la cosa se puso más difícil. Me he nutrido de la hemeroteca de EL COMERCIO, la de Madrid, el Archivo de Gijón, los censos de población, las actas municipales, las de las parroquias y el Arzobispado, libros y librerías antiguas, y el rastro de Madrid.
–Y la chispa saltó cada vez en un lugar diferente...
–Un día, estando en la hemeroteca de EL COMERCIO, faltaba el tomo que buscaba. Miro y veo a un señor leyéndolo sentado en una mesa. Resultó ser un tataranieto del alcalde que investigaba: Justino Vigil-Escalera, alcalde por cierto que nació en Noreña, como yo, estudió en Madrid y abrió una farmacia en Gijón. No solo me propició la información de su antepasado. ¡Tenía una foto de él de esa época! Y no solo eso. Resulta que Justino Vigil-Escalera, que tenía nueve hijos, fue sustituido en la alcaldía por un primo, Joaquín Vigil-Escalera (los de la farmacia de San Bernardo), y me facilitaron también su foto.
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–¿Cómo era el Gijón del siglo XIX?
–Nada que ver con el actual. En ese siglo hubo una eclosión de la industria, infinidad de fábricas que exportaban a América y Europa y esto dio lugar al puerto de El Musel. La navegación era importante para dar salida a la sidra, champán, nueces, manzanas, avellanas... De todo. Entre el siglo XIX y el XX se pasó de la playa de Pando a la de San Lorenzo. En este libro se cuenta que los Reyes y la Casa Real venían mucho a Gijón a veranear. Mucho más de lo que se dice. Isabel II, Alfonso XII de niño y de mayor, Amadeo de Saboya, Alfonso XIII, los duques de Montpensier... A veces dormían en el Revillagigedo. Y para Amadeo habilitaron el Ayuntamiento, pues en la planta de arriba había una vivienda que en su momento habitó el conserje. Cuando llamaban para informar de una visita, el Consistorio nombraba una comisión. A ver, ¿qué necesitamos? Cien mil reales de vellón. Vamos a recaudarlo. Y se ponía por ejemplo un impuesto al vino. Sacaban para los gastos del Rey.
–Hablamos de un Gijón mucho menor que el actual.
–Entre 1840 y 1899, Gijón era mucho más pequeño que La Calzada de hoy. Gijón eran Cimadevilla y la calle Corrida y acababa en Puerta de la Villa, que ya era una zona de aldea donde andaba la gente con madreñes y burros de carga. En esa época los alcaldes prohibieron andar con madreñes por el centro, o sea, por la calle Corrida, porque estaba asfaltada y tenían miedo de que lo estropearan. Un siglo después, en el XX, yo aún vi con mis propios ojos a la gente dejando les madreñes a la puerta de las iglesias para franquearla en zapatillas. Era el calzado de invierno de toda Asturias. El mundo ha cambiado más en los últimos 50 años que en los 700 anteriores. Yo conocí el puerto de Gijón con barcos de navegación a vela.
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–Volvamos al XIX. ¿Cuánto trabajaba un alcalde? ¿Tenía sueldo?
–Ser alcalde era un honor y un añadido a la profesión que no reportaba un sueldo. Cuando llegaban al cargo, establecían los días de reunión. Solían poner los sábados y los domingos. Y si era entre semana, después de las ocho. Así, se habla en las actas de que el alcalde dimite porque no puede mantener la familia por culpa del trabajo en la Alcaldía. Más de uno, de dos y de tres dimiten porque necesitan dedicar más tiempo a su profesión.
–El alcalde era elegido siempre entre las clases altas.
–Yo cuando entré en el banco en 1947, con 14 años, era el señor Cuesta. Si nos remontamos un siglo atrás, el respeto y la diferencia de clases era enorme. Pero en tiempos de Tini (Areces), yo iba a La Rebotica a hablar con él. En el siglo XIX eso era imposible.
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–¿Cuál sería el mayor cambio habido en Gijón en el XIX?
–Pues se pasa de la iluminación de gas a la eléctrica. Y hay alcaldes que obligan a poner excusados en los edificios, pues muchas casas no tienen baño. Para que centremos la perspectiva histórica, entre 1937 y 1942 yo vivía en Schulz 6, donde cada piso tenía un solo váter y un lavabo y para ducharse cogías agua en un caldero. En 1942 nos mudamos a un piso de la calle del Carmen y los amigos del barrio me preguntan: '¿Es verdad que tenéis un baño?'.
–De los 53 alcaldes del siglo XIX, ¿tiene un favorito?
–Domínguez-Gil, Andrés de Capua y Eladio Carreño fueron muy buenos alcaldes. También hubo cuatro buenos alcaldes de la familia Alvargonzález. Y Faustino Fernández Bobes creó la Sociedad de Fomento para hacer el muelle donde había un astillero que acabó acuñando el nombre de Fomento. Él encargó también para oficinas de la sociedad el edificio que luego sería el Banco Minero Industrial y el Urquijo (el actual edificio Spaces), que diseñó el arquitecto de Noreña Enrique Rodríguez Bustelo.
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–¿Algún mal alcalde?
–No me sale ninguno. Eran personas que gozaban de prestigio. No detecté ningún conflicto. Lo peor era que no pudieran atender las obligaciones y entonces se iban.
–Singular fenómeno.
–Sí, ahora no dimite ninguno. La chica que estaba maquetando el libro se sorprendía mucho (risas).
–¿Cuál ha sido la mayor sorpresa que se ha encontrado?
–El cambio de las costumbres producido en cien años, aunque nunca a la velocidad a la que se da ahora. En el siglo XIX, el Ayuntamiento pagaba al predicador, al sacristán, al organista, las obras de los templos... Tenía mucha influencia en la Iglesia.
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–Aún le quedan las alcaldesas del siglo XXI.
–Paz sustituyó a Tini en 1999, de modo que en el libro del siglo XX ya acabo dando un esbozo. Fue la primera alcaldesa de la historia. Lo de Paz lo tengo ya escrito a máquina, con las fotos y todo. De Ana González también y de Carmen, la primera etapa. Ahora tengo que aumentarla con este mandato.
–¿Va a esperar a que acabe?
–Si veo que estoy bien de salud y puedo llegar a 2027 esperaré para ver si repite porque pasaría a ser, con cuatro mandatos, el alcalde más duradero de la historia. Quiero meter ese dato.
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–Del XIX no habrá grandes polémicas, pero las del XXI... ¿Las va a contar?
–Lo biográfico no tiene vuelta y con lo sucedido yo no cribo. Tengo mi visión de qué hizo Paz, pero también le pregunto a ella qué considera importante.
–Con Ana González saltaron chispas.
–La supresión de los toros, el circo que montó en el Muro, el crimen de quitar las piraguas del Piles, decidido por ella y ejecutado ahora por Moriyón, el problema de Ana con la Iglesia cuando Paz, por ejemplo, pese a ser agnóstica iba a la bendición de las aguas... O que Moriyón, pese a llevarlo por bandera en su programa electoral, no va a soterrar el Muro. Todo eso hay que ponerlo. Yo trato de ser objetivo.
–¿Cómo organiza su trabajo?
–Por las mañanas hago trabajo de campo. Hablar con gente, un café en el Dindurra, ir a la biblioteca... Después de comer y de un pigacín sagrado, voy a la oficina toda la tarde.
–Sigue escribiendo a máquina.
–Sí, la he ido renovando, pero hoy día solo se pueden comprar de segunda mano. La que uso ahora no tiene acentos, otra tenía gastadas las teclas y no veías las letras... El ordenador no me gusta. Me pilló la informática en el banco poco antes de jubilarme, fue lo que me obligó a poner gafas. Emitían una luz intermitente y ese parpadeo te machacaba la vista. Le cogí manía. Cuando acabo de escribir, me siento cómodamente en una butaca y repaso. Si hay que hacer ajustes, uso típex y corrijo en el mismo folio.
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–Un método rústico...
–Arturo Pérez Reverte y Juan Manuel de Prada escriben a mano. A Prada se lo pasan. Y Reverte lo pasa él al ordenador. Y Garci también. Ordenador, móvil, coche y televisión son inventos impresionantes, pero lo malo es el uso que haces de ellos. En mi casa, el wasap de mi mujer suena todo el día; yo no lo quiero tener. ¡Ojo con las nuevas tecnologías!
–Usted, entiendo, prefiere lo manual.
–Sí, además sabes que no te puede fallar. Yo hago una carpeta de cada personaje y voy metiendo datos: recortes, fotocopias, fotos... Luciano Castañón hacía fichas de todo; yo, carpetas.
–¿En qué momento decide poner fin a una investigación?
–En el año 2000 decidí hacer el libro. Desde entonces, me pongo a escribir cuando veo muy difícil conseguir más, máxime tratándose del Gijón del siglo XIX.
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