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LAURA CASTAÑÓN
Domingo, 20 de junio 2021, 15:25
Cuando Janel Cuesta empezó a asistir al Colegio San Eutiquio, en Cimavilla, después de haber pasado los años de la primera infancia en el colegio ... de las monjas del Asilo Pola, llegó llorando un día a su casa, contándole a su madre que no pensaba volver a la escuela porque no entendía a los niños cuando hablaban. Acababa de terminar la guerra y un niño que vivía en El Llano encontraba incomprensible la forma de expresarse de los compañeros de su nuevo colegio, hablantes del 'vesre', el idioma playu consistente en cambiar el orden de las sílabas. Quienes tratamos de encontrar el origen de lo que somos en lo que un día fuimos, tal vez podríamos asegurar que en ese deseo de entender, de comunicarse, se construyó la personalidad de Janel, le convirtió en esta enciclopedia humana en este compendio de saberes y recuerdos siempre de un lado a otro de la ciudad, con una agilidad y una presteza impensables para capturar una historia, para afianzar un dato, para compartir una conversación y un recuerdo.
Janel Cuesta lleva observando el mundo desde hace ochenta y ocho años, que él concreta en ochenta y ocho y medio, tal vez porque es consciente de dos cosas: de la envidiable forma física y rapidez mental, y del volumen de conocimientos, historias y personas que se acumulan en su memoria haciendo pequeño el continente de tiempo en que se albergan.
En esta mirada que traspasa los cristales de las gafas sin perder ni un ápice de la energía que lleva acompañándolo tantas décadas, habita la decisión y la voluntad, pero sobre todo la pasión por lo que le rodea. Ha hecho de la ciudad y del deporte los ejes sobre los que gira su existencia y es imposible sustraerse a la fascinación de su mente wikipédica, de su memoria prodigiosa en la que se enhebran nombres, fechas, marcas deportivas... y todo ese caudal imparable de conocimiento se ha ido convirtiendo en libros, muchos libros, en infinidad de artículos en EL COMERCIO. Páginas de amor al deporte, de amor a Gijón y a Asturias. Páginas de reconocimiento a personas a las que admira.
Hay una serenidad inédita en el rostro del Janel Cuesta de ahora mismo, en el que mira a la cámara desde quién sabe qué certezas y qué dudas por resolver. Acostumbrados como nos tiene a la hiperactividad como seña de identidad instalada en su expresión, sorprende la calma que trasciende de su ademán, la mirada tranquila, los ojos que brillan debajo de las cejas que han abandonado su frondosa oscuridad para convertirse en la blanca metáfora del tiempo. Del mismo modo el pelo, impetuoso siempre, y ahora también tocado por esa misma tranquilidad que desde el alma se cuela por cada uno de sus gestos.
Pero no es cierto, esa calma es solo apariencia: en algún sitio, en ese rebullir interior, sigue presente el Janel Cuesta que recorre la ciudad de Somió a Cimadevilla, el gijonés nacido en 1933 en Noreña solo circunstancialmente, que hace extensivo el amor de su ciudad a Asturias entera, y que no para. Habla, escucha, teclea sin descanso en su máquina de escribir, enemigo de ordenadores y tecnologías, archiva infatigable tanta información, tantos datos, tantas imágenes, como recuerdos de una vida impresos en cada una de las sutiles líneas de su rostro, en cada átomo de sonrisa. Las brazadas infinitas en mares y piscinas a lo largo de toda una vida le han dejado el ritmo de las olas y la cadencia de las mareas. Nada hay de impostura en su gesto, ni en su constante curiosidad, en su empeño por levantar acta de la vida de todos los días, de la historia que se va construyendo, de los personajes más memorables, de los protagonistas de lo cotidiano. Entre los innumerables trofeos que adornan sus vitrinas, testigos de tantos éxitos deportivos, se encuentra, invisible para los ojos pero notorio para el corazón, el latido agradecido de la ciudad que sí que tiene quien la escriba con amor y rendida admiración.
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