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La primera vez que Igor Paskual nació, lo hizo en tiempo y forma reglamentarios. Fue en San Sebastián en pleno mes de diciembre de 1975. ... Hijo de padres trabajadores, inmigrantes en el País Vasco, a los seis años la familia volvió a Asturias, a Avilés, aunque con los años terminaría por ser gijonés.
La segunda vez que Igor Paskual nació lo hizo con unos once años y el alumbramiento dio origen a un músico. Aunque en su casa su madre escuchaba tanto a Los Brincos y Los Beatles como a Leonard Cohen, y su abuelo al Presi, en ese momento, justamente, se produjo una especie de epifanía. Igor había ido a casa de su mejor amigo, que tenía muchos discos porque su padre tocaba en un grupo, y escuchó por primera vez 'Money' de Pink Floyd. En los primeros veinte segundos se produjo la revelación: el mundo en blanco y negro al que no era ajena su situación de, como no muy brillante jugador de fútbol, vivir esa infancia relegado al grupo de los niños raritos, se hizo color. Existía algo que deslumbraba, capaz de transformar el mundo, y él quería hacer eso: arrancar sonidos de una guitarra, mostrar sobre un escenario aquel milagro. Había descubierto que en su vida había una pasión y ya no iba a abandonarla nunca.
Y las pasiones transforman. Lo hacen siempre: nada más ajeno al niño que se quedaba en los recreos sin jugar que el dominio de cualquier escena, que se transmite desde la mirada de seductora elegancia del músico que estudió Historia del Arte y se enamoró de las manifestaciones artísticas, pero tuvo que elegir profesionalmente. Y la música, como es sabido, es una amante exigente y el veneno estaba inoculado en forma de discos. Los sonidos en su cabeza se combinaban con las lecturas: leer se convirtió en prioritario porque la gente que admiraba (su madre, Bowie, Jim Morrison…), leía. Y en los libros encontró las claves para definir su personalidad y comprender que no se trataba del manido ser uno mismo, sino más bien de convertirse en quien uno quería ser. De forma que todo (música, arte, literatura) tomó forma para construir al Igor Paskual que conocemos, el fundador de Babylon Chat, el licenciado en Historia del Arte, el autor de libros y de trabajos musicales en solitario, el cómplice estético y artístico de Loquillo, con quien hace tándem en la composición y en los escenarios, el columnista, el productor, el conferenciante. Y el que desde hace algún tiempo ha puesto en marcha Españarte, vídeos cortos, esenciales y rigurosos que intentan (y consiguen) acercar el arte al público y que como idea surgió en la gira de la banda, cuando él visitaba los tesoros artísticos de cada ciudad y poco a poco se fueron incorporando los miembros del grupo atraídos por su capacidad para 'explicar' cada monumento, cada pintura, cada escultura.
Igor Paskual mira con esa seguridad que proporciona la decisión firme de ser quien uno quiere ser, el resultado de las transiciones que le ha tocado vivir generacionalmente. Su infancia transcurrió en el cambio de un país en dictadura, enquistado en sí mismo y en blanco y negro, a un país moderno, multicolor y europeo; su carrera musical vivió el cambio del vinilo al CD, las primeras giras de Babylon Chat se hicieron sin internet y hasta sin móvil. En su rostro hay algo de quien se sabe dueño de un secreto: que todo forma parte del mismo espíritu, que sus pasiones, aunque múltiples (la música, la literatura, el arte, el fútbol) están tan unidas entre sí que las metáforas de lo uno sirven para explicar cada una de las otras.
En él, en su mirada, habitan todos los que ha sido: el niño que descubrió la música, el aprendiz de arqueólogo en Jordania, el músico, el escritor, el padre de tres niños, ese Igor Paskual que casi con toda seguridad es el que un día decidió que quería ser.
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