Guillermina Caso, en una foto tomada en Cuba junto a un árbol de mango. Estuvo dos veces en la isla con 20 años de diferencia. E. C.

«La idea de no tener mar me inquieta»

Guillermina Caso es una adicta al viaje que adora Roma, Estambul y el Nilo. Su primer recuerdo vital es en la playa de San Lorenzo, desde donde cada día cocina y cuenta ahora las noticias en la cadena Ser

M. F. ANTUÑA

GIJÓN.

Domingo, 8 de diciembre 2019, 01:40

Todos los caminos conducen a Roma. Y a Estambul. Y a las tierras del Nilo. Y a la playa de San Lorenzo. El primer recuerdo que atesora en la memoria Guillermina Caso (Gijón, 1958) es de ese mar y, ... cosas de la vida, es precisamente al Cantábrico a donde mira desde los estudios de la cadena Ser a diario mientras cocina y cuenta las noticias. Ella es esa voz familiar que reconocen ipso facto los taxistas, es la periodista de raza enamorada de la pluma y el micro, es la viajera infatigable adicta a la maleta y apasionada de la historia con mayúsculas y de todas las historias por minúsculas que sean.

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Hay muchas geografías componiendo la suya propia. Y la primera es ese mar que mira con embeleso y miedo la única hija de Ramiro y Esther, criada en el centro de Gijón y que en cuanto llegaba el verano asilvestraba en la casa de los abuelos en Quintueles. «Eran veranos fantásticos, había muchísimos críos y éramos una pandilla muy guapa».

Pero la niña creció y la vocación, alimentada por la siempre mítica imagen de Oriana Fallaci, la llevó a Madrid, a la Complutense. «Llegué en 1975, y a los poquísimos días murió Franco». Ni que decir tiene que corrió delante de los grises y que vivió momentos tensos de solemnidad. «Mucha adrenalina y lo que quieras, pero yo pasé miedo», recuerda hoy. Cinco años en Madrid dan para amar para siempre «la única ciudad en la que se me olvida que no hay mar, siempre pienso que puede estar en el algún sitio». Pero «la idea de no tener mar me inquieta», así que quizá por eso volvió a tomar rumbo al norte. Aquí en Asturias puso en marcha Radio Minuto, trabajó en Diario 16, en La Hoja del Lunes de Gijón, en Antena 3 y Radio Asturias y volvió a poner sus bien informados ojos sobre el Cantábrico desde la Escalerona.

El oficio y los años le han dado experiencias inolvidables, momentos que son de todo menos lugares comunes. Vio a Arafat y Rabin juntos en una histórica rueda de prensa en Oviedo, ha tenido oportunidad de entrevistar a personajes que admiraba profundamente, tuvo charlas maravillosas con el mismísimo Severo Ochoa en el Hotel de la Reconquista, pero al rascar en lo vivido siempre queda ese poso amargo de cuando el nudo de la garganta no se puede deslíar. «Procuras distanciarte, pero hay momentos de 'que no me den paso ahora que no voy a poder hablar'. Yo recuerdo los accidentes mineros, en la bocamina, con aquellos paisanos llorando como magdalenas, y el accidente de los Boy Scouts de Gijón, con las familias esperando sin saber».

Pero en la radio hay que estar cuando hay que estar. Las noticias no se pueden dejar para más adelante. Y esa inmediatez la atrapa de un medio que no tiene, en cambio, el gusto por las palabras y las frases bien construidas y la información depurada y pausada propias de la prensa escrita que igualmente le apasiona. «En la radio si no lo cuentas ahora no puedes contarlo luego; con los mimbres que tienes hay que hacer el cesto y a veces lo pasas fatal porque vas muy pillado, pero yo no arriesgo, si no está muy atado no lo doy». También hay algo adictivo en el oficio, el gusto de dar una noticia, de ser el primero: «Después de mucho tiempo merece la pena seguir en esta profesión porque de vez en cuanto te permite subidones».

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Pero a Guillermina el subidón brutal y vital se lo da el sol -«detesto el invierno, necesito luz»- el goce de ver, descubrir, de mirar la historia con modos y maneras periodísticas, de patear una y mil veces las mismas piedras. Adora repetir lugares amados. Y ahí Roma ocupa posición de honor, y la piazza della Rotonda, donde está el Panteón de Adriano, es el culmen de su pódium. A Roma vuelve sin remisión y sin ánimo de enmienda, como a todos esos lugares en los que al llegar se siente en casa. «Me gustan las ciudades caóticas», confiesa mientras piensa en que tiene pendiente Jerusalén y que Siria se le quedó en el tintero por la guerra. Y piensa en todos los enclaves por gozar leyéndolos primero y pisándolos después: «A mí la belleza me deslumbra, pero no basta con eso, hay que saber más, no entiendo a la gente que va a un lugar y no sabe dónde está».

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