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ROSA FUENTES
Viernes, 24 de junio 2022, 04:41
Las hojas del calendario volaban en 1976, cuando seis sacerdotes asturianos se agotaban a diario en Ntita, un terreno abierto en el corazón de Burundi, donde la población se dispersa sobre las colinas y la religión va mucho más allá de un catecismo. Fernando Fueyo ... era uno de ellos y Luis Menes Álvarez, otro. Allí juntaron unos lazos que la muerte rasgó ayer.
Menes es gijonés y tiene 70 años. Fue alumno de Fueyo en clase de Filosofía en el Seminario, pero donde se conocieron de verdad fue en aquella misión. Desde entonces, nunca dejaron de planear encuentros para estrecharse. Él es un sacerdote jubilado de la Diócesis de Asturias. Su carrera, además de los seis años en Burundi, trascurrió durante nueve en Avilés y veinticuatro en Suiza.
«Sus padres y mis padres ya eran amigos y aunque él tenía quince años más que yo, antes de llegar al Seminario ya nos habíamos visto», recordaba ayer. Sin embargo, la relación se estrechó al compartir un espacio entre los barracones de Burundi, junto a la casa de las monjas, el hospital y todo el escenario levantado por la misión religiosa. En el hospital vivió junto a Fueyo un momento difícil cuando este sufrió una operación de apendicitis. «Resultó bien, pero el material con el que lo hicieron no estaba esterilizado y cogió una infección que lo llevó al borde de la muerte». De aquella aventura recuerda, con la risa en el rostro, las palabras que Fueyo le dijo a Yayo, otro sacerdote, desde la camilla que asemejaba a un lecho de muerte: «¡Hala Sporting!».
Los días resultaban agotadores y los respiros, escasos. Tan pronto andaban metidos en la costrucción de escuelas o de puentes, como echando una mano en la cooperativa o en las escuelas. Todos hacían de todo y, entre ellos, Fueyo «era polvorilla, siempre estaba armando alguna, se comprometía y decía que sí a todo y muchas veces no tenía tiempo y liaba a los demás porque él no llegaba», dijo al echar la vista atrás.
Con la nostalgia que ayer le embargaba, lo consideró «un fenómeno, porque tenía mucho pronto, pero inmediatamente se daba cuenta y retrocedía».
Entre las aficiones que aquella tierra les permitía, estaba la de escuchar Radio Exterior antes de dormir. Así se enteraron del golpe de estado del 23-F, mientras estaban jugando a las cartas y alguien se percató de que no habían empezado las noticias. «Cuando oímos la música militar, salimos corriendo a la parte de las monjas por ver si era verdad y escuchamos en una emisora suiza decir que había entrado en el Congreso gente de ETA disfrazada de guardias civiles; fueron momentos difíciles».
En mayo estuvieron juntos en Lourdes, con la peregrinación de los enfermos, y Burundi centró algunas de sus conversaciones posteriores. «Hablamos sobre la forma en enviar las mejores ayudas; ya no podía más físicamente, pero su cabeza permanecía brillante». El lunes cruzaron palabras cortas y se saludaron en 'kirundi'. Ayer le apretó la mano, sin más. Junto a él, estaban los familiares con los que vivía, dos hermanas y el marido de una de ellas, además del párroco Santa Clara. Él lo recordará como a quien «siempre estaba dispuesto, lejos del protagonismo, sin querer figurar», aunque será imposible que la historia de su vida y la huella que deja pase a un segundo plano.
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