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Nada más abrir, al mediodía, entra Prendes, histórico delantero del Sporting, de 94 años, y ocupa su mesa, la primera de la derecha. Según avanza la mañana, la clientela irá tomando posiciones. Ana Borrascas, El Lejarreta, Papúo, El Gatu, Pink Floyd (genérico que sirve para varios) y, por mencionar un grupo, Las Brujas. Un inocente «sois unas brujas» acabó quedando y ellas llevan tiempo exigiendo placa conmemorativa. No todos tienen mote en La Taberna del Piano, pero sí unos cuantos fruto de la fidelidad a este 'Cheers' de la Rampla donde cada día, sin más falta que el cierre de los martes, se citan dos familias, una a cada lado de la barra: los clientes y los Moirón.
Ahí están Jose (sin acento) dando la cara y Maite, su mujer, gobernando la cocina. Junto a él, ante el público, su hija Monse y su sobrina Vanesa; y los fines de semana los dos nietos, Adán y Noa. Su piña, su unión, su armonía es la clave del éxito del restaurante que abrió sus puertas en 1990 y que este domingo, para disgusto general, de ellos incluido, verá quebrado el flechazo. Será su último día, pues Jose y Maite se jubilan. Él cumple 66 en mayo y ella tiene 63. Y el cuerpo, pese a las alegrías del negocio, no les da para más.
«Ha sido un vínculo tan cercano el establecido con los clientes que cuesta trabajo dar este paso», comenta Jose Moirón, quien se emociona a cada frase. «La gente es lo mejor que tenemos», rubrica Maite Sanz. Y Monse y Vanesa, que descartan seguir sin ellos, certifican: «Lo mejor que nos llevamos es la clientela y los amigos». De la clave del éxito les salen varios argumentos. El pincho de tortilla de la mañana, los bollos preñaos calientes, el lechazo y el cochinillo, últimamente también el bacalao, las impresionantes vistas del comedor y, en general, la camaradería reinante en un local abierto a la playa de San Lorenzo y al mar.
Sin embargo, pese a que todos estos elementos jueguen a favor en 2024, los inicios fueron duros. Jose y Maite llegaron a Gijón sin experiencia en la hostelería. Él como albañil y ella como ama de casa. Él de Urbiés y ella de Ujo, se conocieron en una excursión colegial a Luarca y al poco de casarse, muy jóvenes, se instalaron en Oviedo. Un día se desplazaron a una boda que se celebraba en Gijón para recoger a su hija. Esto derivó en la compra de un piso en La Camocha. Él siguió en lo suyo y ella empezó en la bodega La Rioja, en la plaza del Marqués. Trabaron amistad con el dueño, Enrique Busto, y un día pasaron ante la sidrería Las Carolinas. Busto les tentó. ¿Por qué no lo cogemos? Negociaron el traspaso y la transformaron en La Taberna del Piano. Jose y su padre reformaron el local entero: cocina, baños, suelos, paredes... Compraron tres cerámicas en Manises, que adornan las paredes, un horno de leña de adobe y un piano. El restaurante echó a andar como asador, volcado en el lechazo. Pero la cosa no pitó y a los tres años Jose compra la parte del socio. Se abre entonces a los menús, amplía la carta, retira el horno y la cosa mejora. El negocio avanza lento. El cambio fundamental, a finales de los noventa, se produce cuando entran Monse y Vanesa, que revolucionan la barra con su gracejo. «Imagínate cómo las quieren que el otro día vino un matrimonio que solo quería conocerlas por lo que leía en las redes sociales».
Fue tan duro el arranque que en los quince primeros años Jose y Maite no se atrevieron a coger vacaciones. ¡Ni un día! «Pensábamos que si cerrábamos la gente se nos iba». Cuando formaron el clan, el restaurante empezó a llenar y Jose fundó una tras otra hasta tres peñas: dos sportinguistas, El Fisio y Bahía San Lorenzo, y otra que fue su debilidad, Peña Rey Pelayo del Atlético de Madrid, pues Moirón, bien lo sabe su parroquia, es del Atleti. Con ella hicieron grandes viajes a Madrid a ver partidos de Champions y disfrutaron de lo lindo. Pero, ojo, ida y vuelta, sin pernocta.
El domingo será su último día. Tras la comida habrá fiesta con los clientes. Luego La Taberna del Piano cerrará para reabrir en abril a cargo ya de Hugo Pérez, del Café Cristina, de Pumarín. Ellos se irán a su casa de Las Regueras, donde se instalaron hace unos años. Maite solo piensa en descansar y Jose, en cuidar de sus flores y disfrutar de la Rampla, pues aprendió a nadar hace solo dos años y ahora hasta hace travesías. Cuando salga del mar ya sabe donde puede tomar el vermú.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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