Secciones
Servicios
Destacamos
Cuando Gloria Cabranes nació, en Torazo, en 1952, no había televisión y aún tardaría unos cuantos años en llegar atrapando la atención de los críos que disfrutarían viendo Bonanza. Eso sí, estaba la radio, cómplice perfecta de la vida y del deseo de conocimiento. En ... la radio sonaban canciones dedicadas y solicitadas y el universo inmediato se llenaba con los acordes y las voces de Juanito Valderrama y del Dúo Dinámico, y a Gloria Cabranes, las melodías se le quedaban dentro y se aliaban con su propia voz y sus ganas y los días de llindiar les vaques, en la soledad de los prados, rota por esquilas y por pájaros, se convertían en el escenario perfecto para cantar al alto la lleva, ayudándose con las letras de las canciones que se vendían e intercambiaban en los kioscos.
Ahora, cuando recuerda aquellos días, a Gloria se le dibuja una sonrisa, y su rostro apacible se convierte en risueño. Se reconoce en aquella chavalina que se trasladó con la familia a Gijón, donde los vínculos familiares eran muy fuertes, para hacer de La Calzada, previo paso de algún tiempo viviendo en Vigo, su hogar definitivo. Y a pesar de todos los pesares, hay un gesto permanente, en el tono de su voz, en la cordialidad de su conversación, en la mirada que achina su rostro cuando ríe, y es como una explosión de alegría, la que siempre la acompaña aunque a veces la lluvia habite con insistencia en el corazón, porque sabe, ha sabido siempre de lo que es vivir cuidando, tanto en su trabajo atendiendo a personas mayores, como en su propia casa, cuando le tocó lidiar con la enfermedad de familiares cercanos.
A lo mejor, por eso la música, por eso cantar como terapia. Dicen los estudios más avanzados que cantar con otras personas resulta sumamente beneficioso para la salud, y aluden a los poquísimos casos de depresión y estrés entre los monjes que cantan en sus rezos varias veces al día. Sin necesidad de tan sesudos análisis, la sabiduría popular ya había enseñado que quien canta su mal espanta, y a ello se entregó Gloria Cabranes cuando vinieron mal dadas y la ausencia se instaló en su casa. Y por si un coro fuera poco, pronto se integró en uno más, el que llevaba varios años funcionando a raíz del trabajo de fundación que había llevado a cabo Yolanda Cueto, y que agrupaba, por primera vez en Gijón, solo voces femeninas en una coral con el nombre de una mujer imprescindible en el imaginario de la ciudad, Rosario Acuña. Fue una propuesta de la Vocalía de la Mujer, y de entrada fue recibida con mucho de, como mínimo, escepticismo, porque a ver qué iba a ser eso de un coro que prescindiera de las voces masculinas…
Lo que fue una iniciativa de incierto futuro, se convirtió en una coral sólida, y Gloria Cabranes se lo tomó tan en serio que durante dos años aprendió Solfeo y Piano, y aunque muchas de las componentes siguen cantando de oído, quiso ser capaz de interpretar una partitura y conocer los fundamentos del lenguaje musical. Con una voz de mezzo, apenas llevaba un año en la Coral cuando se le vino encima la tarea de presidirlo y desde hace más de quince años navega entre papeles, subvenciones, intercambios con otros coros, actuaciones, y la preocupación que siempre sobrevuela, de la necesidad de que el coro vaya incorporando voces más jóvenes.
Y entre tanto, las risas, el buen ambiente, los nervios previos a cada actuación, escriben en el pentagrama de la existencia una canción que se mezcla en la memoria con las canciones de Palito Ortega y de Manolo Escobar con las que, en el ya lejano Torazo, la niña que fue, entretenía las horas, llenaba el aire, alimentaba los sueños.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.