Gijón tuvo un velódromo municipal en el siglo XIX

En el último quindenio del siglo XIX, la ciudad de Gijón vivió una etapa floreciente para el ocio, y también para el comercio, la industria, la hostelería, la manufactura, etc. Esta pulsación por el desarrollo iría acorde a unas nuevas necesidades de índole diversa.

En lo que al ocio se refiere, aparecieron muchos espacios de ocio y de muy variados tipos, y también algunos —los que menos— de titularidad municipal. El uso de la bici comenzaba a ser exponencial, pues se había convertido en un medio de transporte para una enorme masa social proletaria que la empleaba en sus desplazamientos hacia las industrias, y también como una forma de ocio deportivo. En aquel entonces, volvemos a repetir, últimos 15 años de la decimonovena centuria, era la única cosa que permitía la movilidad a la vez que el ejercicio de la actividad física, de aquella no había vela ni hípica, por poner un ejemplo.

Justo donde hoy se asientan las pistas y los columpios de la plaza de Europa es donde se instaló de forma provisional un velódromo elíptico en el verano de 1887 con construcciones y dependencias de madera, tal y como reza el acta del Libro de Acuerdos Municipales de 1888 custodiado en el Archivo Municipal: «examen y determinación del […] Proyecto y Plano para reformar convenientemente el Velódromo provisional establecido por la Corporación el verano último».

Para el año siguiente fue reformado y ampliado siguiendo un proyecto del perito agrícola Eustaquio Abad, fechado el 30 de noviembre de 1888, a petición del Club de Velocipedistas de Gijón. En 1888 aparte de ser ampliado longitudinalmente y verse mejoradas sus instalaciones, también se amplió latitudinalmente la pista con 2 metros más. Cada vuelta era de 250 metros, por lo que debían dar cuatro para alcanzar un kilómetro.

En 1889, habida la enorme asistencia de aficionados locales y forasteros, el alcalde Alejandro Alvargonzález (mismo responsable de la traída de aguas) autorizó la construcción de un pabellón-quiosco de estilo modernista que vendía bebidas, tenía garaje de bicicletas y una terracilla de corredor para el descanso. Los responsables de esta iniciativa fueron los integrantes del Sport Club Apagadorista, el club deportivo de los promotores de EL COMERCIO.

El velódromo tuvo una vida efímera, puesto que en 1892, tan sólo un lustro después, acabó desapareciendo debido a la caída de las carreras de alcance nacional y de mayor enjundia. Este mismo diario recoge en su ejemplar del 21 de julio de 1892 cómo se alude en un anuncio al «espacioso solar del velódromo», lo que no deja dudas sobre su desuso.

¿A qué se dedicó después este espacio? Pues, en primer lugar, debemos conocer que tras el derribo de la fortificación se pudo generar la plaza de Europa, un nuevo espacio libre. Su parte occidental eran los jardines de Juan Alvargonzález y posteriormente al ámbito que le dedicamos estas líneas se denominó paseo del Velódromo. Su lugar, a espaldas de la fábrica de vidrios La Industria, fue aprovechado años más tarde por el rastro dominical y después convertido en parque.

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