-¿Cómo se ve el Gijón actual a través de sus lentes?
-Lo veo en una prolongada etapa de cambio, que empezó hace tiempo, caracterizada por la reducción progresiva del papel que desempeña la industria en el conjunto de la economía del municipio. Se corre el riesgo así de acentuar la desindustrialización con el señuelo de potenciar a cambio el sector servicios, lo que sería grave y, a mi juicio, peor que darse un tiro en un pie si el proceso no se lleva a cabo con el rigor exigible. Ahí tienen tarea los poderes públicos, en especial el Ayuntamiento. El turismo tiene que ser un complemento, no más. Gijón es y debe ser industria y puerto. Y en materia industrial hay recorrido suficiente para progresar por la vía de la industria transformadora. Que en Gijón esté la única siderúrgica integral de España, con el peaje de contaminación que se paga por ello, debe ser la base para la elaboración de productos con alto valor añadido. Lo que hicieron y hacen en el País Vasco, pero mejor que allí. Hay infraestructuras para ello y hay capital humano. Faltan empresarios.
-¿Qué aspectos añora del pasado de la ciudad? ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?
-Las añoranzas se vinculan inevitablemente a la edad. Se tiene nostalgia de la juventud, aunque no de todos los aspectos de los tiempos en que transcurrió esa etapa de la vida. En ese sentido, y solo en ese, claro que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y no lo digo únicamente por esta moderna peste de la COVID-19, que a mí ya me tocó vivir la época de la gripe asiática, en 1957. Tenía trece años y recuerdo muy bien el miedo generalizado que desató aquella epidemia.
-¿Cuáles cree que son sus principales retos y oportunidades ?
-Gijón, ciudad-estado, mestiza, ahí radica gran parte de su fortaleza, como se ha visto históricamente, tiene potencial suficiente para afrontar el futuro sin temor, con esperanza. Desde el Ayuntamiento, ya digo, se debe encabezar el proceso. El Ayuntamiento tiene que estar en vanguardia, porque Gijón es el decimoquinto municipio español en población, pero al no ser capital, no tiene, en el plano de las administraciones públicas, las palancas de las que disponen otras capitales de menor entidad demográfica y reciben recursos externos que ayudan a tomar impulso en el desarrollo socioeconómico.
-¿Y cómo ve a EL COMERCIO, la cabecera que usted y otros muchos contribuyeron a engrandecer y convertir en lo que es hoy?
-EL COMERCIO es más que una empresa mercantil, es una institución gijonesa y, desde Gijón, para Asturias. Es el único medio informativo de Asturias, el único, de propiedad -prácticamente, la mitad- asturiana, gijonesa. El periódico está ahora en una encrucijada, como toda la prensa diaria. En general, la evolución hacia la prensa digital es una realidad insoslayable, pero la urgencia en su elaboración no tiene por qué llevar implícita una menor calidad. Ese peligro existe. Y no puede ser gratuita. La industria de la información tiene unos costes elevados y está visto que solo con la publicidad no se compensan. Y los periódicos no son ONG, tienen que cobrar por lo que producen. Cobrar a sus lectores directos y a todos los tinglados tecnológicos que parasitan a los periódicos. Ha sido un error histórico no hacerlo desde el principio de la digitalización. Porque hay que distinguir: no es lo mismo la versión digital de un periódico solvente, que la tropa de medios que llaman digitales nativos, la mayoría de los cuales no son más que plataformas comerciales con la mentira y la manipulación como mercancía a la venta Y hay que esforzarse también, por el bien de la gente, por la necesidad social de una información veraz y documentada, en sostener el periódico en papel, lo que algún periodista llamó con acierto, en mi opinión, la aristocracia de la información.
-Si Francisco Carantoña levantara la cabeza, ¿qué diría de esta época?
-Hombre, Carantoña vivió hasta 1997 y sin duda barruntaba ya lo que podría pasar y está pasando, o se imaginaría algo parecido. De lo que estoy convencido es de que con Carantoña en activo algunos acontecimientos producidos desde 1997 hasta aquí no habrían ocurrido de la manera que ocurrieron. Pienso en la privatización de la Caja de Ahorros de Asturias. Seguro que Carantoña, que era conservador, liberal conservador, como él mismo decía, no hubiera estado impasible ante la operación más lesiva para los intereses generales de Asturias de los últimos cincuenta, cien años, perpetrada en comandita por el PP y el PSOE, con la pasividad de todos los demás representantes del pueblo soberano, incluida la izquierda real y la sedicente.
-¿Cuál fue la mayor lección que aprendió en más de 40 años de dedicación plena al periodismo?
-En el sentido estrictamente profesional, que no te puedes fiar de casi nadie y menos aún de un colega de oficio. No se puede ir con buena fe a pactos que la otra parte va a incumplir. A mí me pasó un par de veces.
Vigil y el 'petromocho'
-¿Cuál es la mayor metedura de pata que ha visto cometer a un político durante su carrera?
-Así, a bote pronto, te diría que lo del timo de la falsa refinería de petróleos. Pero Juan Luis Rodríguez-Vigil se comportó como un señor al dimitir.
-Con dos medallas y cientos de artículos y columnas en su haber, ¿mantiene aún aquello de que le cuesta trabajo trabajar?
-Claro que me cuesta, no es pose. Pero me sobrepongo.
-¿Qué les diría a las nuevas generaciones de periodistas que acaban de licenciarse?
-Que sean honrados, que lean mucho y que trabajen mucho también para aprender. De que sepan dependerá que valgan y, por ello, que puedan vivir dignamente de este oficio. Para empezar, les diría que no fueran a la facultad; sino que estudien otra u otras carreras, lo que más les guste, cualquier cosa, lo que sea, pero que les guste y luego, con esa formación, que hagan un buen máster en periodismo. Y a trabajar.
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