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A diario, media docena de personas entra a Curtidos Carrasco pidiendo permiso para hacer una foto al local. Otra cantidad similar pregunta, errada, si ... reparan zapatos, bolsos o cinturones. Para los amantes de lo añejo, este comercio de suministro de material y herramientas para zapateros y artesanos del cuero es una auténtica joya en una ciudad donde muy pocos negocios rebasan el medio siglo de vida. Asentado en Marqués de Casa Valdés 6, en Gijón, desde 1956 (va para setenta años), Curtidos Carrasco llama la atención por su mostrador de madera centenaria, traído de Madrid de la tienda matriz, su balanza, las pieles colgadas del piso superior –de vaca, oveja, cabra y cerdo–, los cajones de madera con hebillas y el sinfín de productos que acopia entre la tienda y el abigarrado almacén. Infinitos modelos de suelas de caucho, herrajes, fornituras, hilos, cordones, tiretas, colas, tintes, cremas y una prolija colección de herramientas para tratar el cuero tales como gubias, buriles, matacantos, troqueles, sacabocados, remachadoras, leznas, pinzones... «Tenemos cientos de referencias», resumen los hermanos Marta y José Carrasco, cuarta generación del negocio abierto en Madrid por su bisabuelo, Francisco, de origen toledano, allá por 1932. Se ubicó en la calle Sagasti 1, esquina con Alcalá 187. La guerra civil provocó un desplazamiento familiar a Bembibre (Bierzo), donde José, segunda generación, oyó hablar de una chica muy guapa que vivía en el pueblo vecino. Se llamaba Rosenda Fidalgo, se casaron y tuvieron siete hijos. Durante un tiempo convivieron dos Curtidos Carrasco, uno en Madrid y otro en Bembibre. Pero un hijo tenía problemas respiratorios y el médico le recetó «aires de mar». Ese fue el germen del desembarco en Gijón, el cierre de las tiendas de Madrid y León y la apertura en la calle La Merced en un local que enseguida se quedó pequeño, con lo cual en 1956 se mudaron al de Marqués de Casa Valdés, adquirido en propiedad.
Jesús y Fernando, hijos de José, fueron la tercera generación, que asentó el negocio asistiendo a todo el gremio asturiano de zapateros y artesanos del cuero. Y Marta (47 años) y José (45), hijos del primero, se convirtieron, allá por 2014, en la cuarta generación al tomar las riendas. Antes, explican, tuvieron otras vidas laborales, él como informático y ella como administrativa. Ambas las aprovecharon al perpetuar un comercio familiar que llevan en la sangre. Ella lleva las cuentas y él la gerencia. Nada más ponerse al frente, dispuso una web desde la que venden «a toda España e incluso a diversos países». Aunque tienen las tareas definidas, aclaran, «aquí hacemos todos de todo».
Hablan del negocio en una pequeña oficina a medio camino entre la tienda y el almacén desde la cual se divisa toda la actividad a través de un cristal. «Esto está como lo tenía nuestro padre, que venía a esta misma mesa, ya jubilado, a leer EL COMERCIO», rememora su hijo José. Ambos hermanos repasan la historia familiar orgullosos de un arraigo que lo impregna todo en Curtidos Carrasco. Desde el minimalista escaparate hasta los rincones del almacén donde se apilan miles de pieles, tintes, esprais, tapas, tacones, pisos y todo tipo de objetos en un inabarcable armazón de estanterías que llenan sus dos plantas de bajos techos. Desde la gobernanza de los hermanos hasta la implicación de la plantilla: Marcos Naya, el comercial (24 años en la empresa), Rubén Juanes (18) y David Calleja, marido de Marta.
¿Es un negocio boyante? «Siempre ha funcionado, pero a base de mucho trabajo», precisan. Hoy la gente, antes de reparar unos zapatos se compra unos nuevos. Y la merma de este gremio la han compensado abriendo su mercado a Galicia y Cantabria. A zapateros y artesanos del cuero los complementan aficionados a esta segunda disciplina o clientes particulares que acuden a por cola Avión de Paniker, cordones, tinte, plantillas o unas fornituras.
¿Quedará Curtidos Carrasco en la cuarta generación? José y Marta dudan la respuesta. Él no tiene hijos, pero ella tiene dos, Olaya y Alba, de 11 y 13 años, a quienes «les encanta la tienda», lo cual abre las puertas al futuro. «A veces no nos damos ni cuenta, pero cuando llegamos a casa ahora tenemos nosotros ese olorazo a cuero tan característico de mi padre. La piel la llevamos puesta», ríen los dos hermanos.
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