Tommys Herrera y Roxana Lewis juegan al parchís con sus hijos en su habitación del Albergue. Arnaldo García
Familias completas alojadas en el Albergue Covadonga de Gijón

«Fuimos bendecidos por estar aquí. Es una luz al final del túnel»

Los venezolanos Roxana Lewis y Tommys Herrera son una de las familias con menores acogidas en el Albergue Covadonga de Gijón, donde viven desde hace dos meses

María Agra

Gijón

Martes, 11 de febrero 2025, 06:53

El 4 de diciembre, hace apenas dos meses, Roxana Lewis y Tommys Herrera estaban en una situación «desesperada y preocupante». Recién llegados de Venezuela, con tres hijos menores de edad y una mano delante y otra detrás, la nueva vida que ansiaban parecía inalcanzable. Sin ... saber muy bien por dónde empezar y abrumados por el desasosiego que supone dejarlo todo atrás, a los tres días de llegar fueron al Albergue Covadonga de Gijón con la esperanza de que la entidad les diese su primera oportunidad para asentarse en España y empezar de cero.

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«El portero, Julián, fue muy humano y muy amable. Nos dijo que no nos preocupáramos, que todo tenía solución y que volviéramos más tarde. Cuando nos estábamos yendo, salió corriendo detrás y nos preguntó si nos queríamos quedar a almorzar, así que regresamos, almorzamos y volvimos después a las cinco de la tarde. Ahí fue cuando ingresamos y nos dieron esta habitación», cuenta Roxana, sentada junto a su marido en una de las cinco camas del cuarto, mientras sus hijos de 12, 15 y 16 años, descansan en las demás.

Desde aquel 7 de diciembre, los Herrera Lewis son una de las 35 familias con menores acogidas en esta instalación en el último año. «Fuimos bendecidos. Mis hijos, mi esposo y yo estamos súper agradecidos por que nos hayan acogido; es una luz al final del túnel que estemos aquí», asegura. Para ellos, la vida diaria en el Albergue «es normal». «A nosotros, como familia, nos dejan estar aquí dentro. Podemos desayunar y subir a descansar y los niños también pueden descansar aquí después del colegio», relata.

Además, la entidad pone todo de su parte para compatibilizar la escolarización de los menores con la vida en el Albergue. Como las clases comienzan a las 8.30 horas –la misma hora a la que abre allí el comedor–, la noche anterior les dan «una bolsita con un sándwich o unas galletas con colacao para que las niñas desayunen antes de salir y lleven merienda al colegio». Lo mismo pasa con la comida. «Cuando vienen a las dos y media ya hemos almorzado, porque aquí se almuerza a la una, así que llegan y les dan su comida caliente», aclara.

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Solución temporal

Sin embargo, no todo es agradable en el centro. Aunque al área en el que están «no pasa nadie, tenemos seguridad y siempre están pendientes de nosotros», son conscientes de que no es el mejor lugar para sus hijos y, en ocasiones, han experimentado esa controversia. «A veces, de repente, hay gente bebiendo delante de los niños», señala Roxana.

Saben que abandonar el Albergue «es uno de los pasos que tenemos que dar» y pronto se mudarán a otro alojamiento con «mejores condiciones para ellos». Los primeros días sintieron «un estrés terrible por la presión de tener que irte», pero ahora entienden que «es necesario por la cantidad de personas que vienen; de pronto no hay recursos suficientes para ayudarnos a todos».

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