![Germán Fernández, ayer por la tarde, durante su entrevista con EL COMERCIO.](https://s2.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/201807/13/media/cortadas/german-kfqH--624x388@El%20Comercio.jpg)
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PABLO SUÁREZ
GIJÓN.
Viernes, 13 de julio 2018, 01:03
Hace tiempo que Germán no escancia sidra, pese a que en la sidrería donde trabajaba siguen sirviéndola. También hace tiempo, el mismo, que Germán no se toma una copa en Cimavilla, aunque los bares siguen abiertos. Messi sigue marcando goles a pares, pero Germán ya no pega un salto de alegría cuando este anota para su Barça. Además, pese a que el armario sigue en el mismo sitio de siempre, hace bastante que Germán no se viste solo.
Desde que por última vez hiciera todas estas cosas tan habituales para cualquier joven ha pasado un año. Un año desde que, en una noche fatídica, una brutal agresión cambió la vida de «un chico normal» de 25 años; la de Yolanda, su madre; la de su entorno e, indirectamente, la de toda una ciudad.
Doce meses después de ganarle la partida a una muerte que por momentos parecía segura, Germán sigue luchando por volver a ser el que era y no le dejaron seguir siendo. «Muchas veces dijimos: hasta aquí, no va a salir de esta», reconoce su madre con una angustia que traspasa corazones. Sin embargo, para su fortuna, Germán tenía otros planes. Los mismos que un año después sigue cumpliendo con la confianza del que asume que rendirse no es siquiera una posibilidad. «En un año estoy otra vez trabajando y escanciando sidra», afirma. Es esa actitud la que le despierta cada día a las siete de la mañana, la que le hace desayunar, ducharse y comenzar su rehabilitación. Porque Germán ya no sirve comidas ni recoge mesas, pero eso no quiere decir que haya dejado de trabajar. «Él va a seguir peleando hasta que cumpla su objetivo», garantiza Yolanda, su madre, su amiga, su apoyo, su motivo vital y la que cada vez que su hijo hace amagos de venirse abajo se pone seria, lo levanta y le hace caminar por el pasillo hasta que Germán recupera las ganas y vuelve a sonreír.
Una sonrisa que supone la mayor prueba de que aquel joven risueño de Laviada, amigo de sus amigos, de hambre voraz y broma recurrente sigue ahí, escondido entre numerosos problemas de movilidad y rodeado de todo tipo de aparatos ortopédicos que poco a poco lucha por eliminar de su vida. «En un año vuelvo caminando de Madrid», avisa a sus amigos, quienes celebran cada gesto, cada palabra y cada broma de Germán. Son ellos los que le pasan a buscar por casa, le montan en el coche y le llevan a tomar unas sidras y comer una parrilla. Como antes hacían. Como si no hubiera pasado nada desde que se conociesen en el colegio. «En cuatro días estamos de fiesta», le animan. Y entonces Germán sonríe, pide que le acerquen una botella de sidra y la sube hasta el cielo, como hacía cada noche en la sidrería. «Es mi trabajo», explica.
Germán quita hierro al asunto, y es precisamente eso lo que le ha mantenido vivo durante el último año. Tampoco rehuye las bromas sobre su parálisis. «Reíros, reíros, que yo en un año estoy caminando», reta a sus amigos y familiares. Se refiere a este año como si de una pesadilla se tratase. Algo que se esfuma al despertar. Un sufrimiento con un principio y un final. Entonces se pone serio y dice: «Estoy así porque me pegaron». Eso es lo único que recuerda y comenta sobre el incidente. Lo dice como una advertencia, como dejando claro que no olvida, y acto seguido vuelve a su sentido del humor.
Desde que está siendo tratado en un centro de Madrid, donde la sidrería en la que trabajaba paga un alquiler para que su madre también pueda acompañarlo, Germán acude a Gijón cada dos fines de semana. El resto son todo sesiones de trabajo que le permitan cumplir los plazos previstos y recibir el alta en septiembre, cuando pasará a continuar su tratamiento en Oviedo. Sin embargo, estar fuera de casa no le supone ningún problema. «Fui a Madrid porque alguien tenía que echar a Cristiano», explica mientras mira fijamente a uno de sus amigos. Y ríe.
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