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A. A.
GIJÓN.
Domingo, 12 de noviembre 2017, 00:48
El pabellón de Asturias fue uno de los grandes triunfadores de la Expo 92. «La apuesta de vender la comunidad de una forma desenfadada, lúdica y divertida fue un gran acierto». Eduardo Méndez Riestra, su director, rememoraba ayer para EL COMERCIO aquellos meses de locura, ... que resumió con una palabra: «Escandaloso». Todo congenió. Los arquitectos que ganaron el concurso, Antonio Sanmartín y Ramón Muñoz, dieron con el armazón perfecto, revestido de una envolvente de cobre oxidado. Chus Quirós plasmó «maravillosamente» la apuesta lúdica e interactiva con un recorrido lleno de imaginación: desde las huellas de los dinosaurios hasta la minería y la industria pujante, pasando por las patas de los asturcones, el bosque encantado, el centollo gigante o los aullidos del lobo.
«Esperábamos pabellones convencionales, con conceptos estáticos; como así fue, y al final de la Expo todos los colegas de las autonomías nos reconocían que lo nuestro era lo que les hubiera gustado hacer», apunta. Un elogio unánime extensible a las revistas de diseño nacionales, que situaron al pabellón astur entre los grandes referentes arquitectónicos de la Isla de la Cartuja. Luego llegaría la gestión del traslado. Oviedo, recuerda Riestra, tenía derecho preferente, «pero Gabino de Lorenzo solo quería pagar la mitad. Llamé a Tini y dijo que sí inmediatamente. Hoy, cuando paso frente al Pueblo de Asturias, tengo la sensación de ver algo mío», confiesa.
La Expo 92 dejó huella también en los hosteleros que apostaron por ella adquiriendo la concesión de la sidrería y el restaurante, que bautizaron con su alianza: 'Casa Gerardo-La Máquina'. «Fue única. Un éxito social y, evidentemente, económico. Una verdadera delicia», apunta Pedro Morán. «Ya podía haber otra dentro de dos meses. ¡Nos quitábamos 25 años!», bromea. «Nos desbordó en todo. Teníamos prevista la terraza como bar de copas. Pero la sidrería lo llenaba todo y no pudimos instalarlo ni un día», apostilla Ramón González. Cuando negociaron con Samuel Trabanco, recuerdan, éste era escéptico. ¿Sidra en Sevilla? «Pero cuando le llamé a las dos semanas para pedirle el segundo tráiler quedó alucinado», cuenta Morán. El pescado viajaba desde Gijón y un día les avisaron del control porque no sabían lo que eran el bugre ni el pixín. Pedro y Ramón llegaron a tener 42 personas en plantilla y un trajín descomunal que no les impedía irse al final del día al Kanguroo Pub a desconectar.
Ahora toca la añoranza: «No hubo otra Expo como aquélla. España estaba en un buen momento, Sevilla tiene mucha alegría y el éxito de la sidra fue arrollador».
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