JOSÉ SIMAL

El de Verdú

Francisco Arques. Ya jubilado, es la cuarta generación de una saga de turroneros que se inició en el siglo XIX y que constituye uno de los comercios más emblemáticos de Gijón y premio al Servicio Turístico más competitivo en la última edición de FITUR

LAURA CASTAÑÓN

Domingo, 7 de agosto 2022, 10:56

Cuando el azar se combina con las decisiones pueden suceder cosas como esta, que podría ser el inicio de una historia, casi de un mito. Así, el primer Verdú de la saga, cuando los diferentes miembros de la familia plantearon la expansión del negocio de ... turrones que tenían en Jijona, eligió en el mapa la ciudad que le parecía más al norte, el extremo más cantábrico y así acabó en Gijón, de forma que el baile de ges y jotas se convirtió en una constante. Como si desde la eternidad la ciudad cantábrica estuviera aguardando que se produjera ese matrimonio con su casi homófona mediterránea. Y aquí se presentó, a finales del siglo XIX, dispuesto a dar a conocer a los gijoneses, vendiéndolo por los portales, un dulce al que sucumbieron de inmediato.

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Francisco Arques, cuarta generación de esa familia que reparte su biografía entre Gijón y Jijona, nació en esta última ciudad en 1952, pero con cuatro años cambió la jota mediterránea y luminosa por la ge cantábrica en la que la lluvia y el frío no habían augurado en su momento (y con qué error) un futuro tan prometedor para los helados como para los turrones.

Para Francisco, Verdú es la vida entera. También para su hermana Ángeles, alma del negocio y responsable de que todo funcione a la perfección. Francisco empezó a ayudar en el local de la calle los Moros desde los diez años, envolviendo peladillas, y conociendo a fondo los secretos dulces de cada proceso. Es difícil pensar en un Francisco Arques sin que la coletilla, 'el de Verdú', no aparezca, porque cuando una actividad profesional se entronca de tal manera con la propia existencia, no hay hueco para dibujar fronteras. Los años vienen a confirmar que esto seguirá así por mucho tiempo, porque la generación de su hija Laura y su hijo Pablo, y la de sus nietos, viene empujando con conocimientos renovados y entrega inquebrantable. Ese obrador con la mesa metálica donde los empleados y la familia, capitaneados por la madre, moldeaban las figuritas de mazapán, seguirá albergando ese misterio de aromas y sabores.

Con el aspecto de maduro galán de cine, con la sonrisa iluminando cualquier estancia por debajo del bigote gris, en el rostro de Francisco Arques convive la satisfacción de quien ha entregado su vida a su auténtica pasión y el don de gentes que lo convirtió en pieza clave de negocio. Desde que en el Santo Ángel, de niño, concitara admiración y envidia por su proximidad a los turrones que por entonces constituían un lujo que solo podía alcanzarse en unos días muy concretos, su figura parece envuelta en el etéreo aroma que respiró siempre, el inconfundible del punto exacto en que las almendras marconas, la miel, la clara de huevo, el azúcar, consiguen el milagro de transformarse en la mejor memoria de los momentos felices.

Francisco Arques jamás ejerció como Perito Industrial, aunque se pasó algunos años estudiando, más que nada para evitar, con las milicias, que el servicio militar lo alejara los meses de más trabajo del negocio. La afabilidad y el respeto por productos y clientes, su sonrisa incansable, su sentido del humor y la ironía con que adereza la conversación, le convirtieron desde siempre en la mejor carta de presentación de la tienda. Impecable en su atuendo, con la piel permanentemente testigo de un sol que, si en Gijón es escaso, tiene el Mediterráneo para compensarlo, conversador inagotable, ha sabido hacer del trabajo, placer, sin desdeñar otros, como viajar, que es una de sus grandes pasiones.

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La melodía que suena en su móvil remite de inmediato a una película del oeste, y entonces aparece esa faceta suya de hábil jugador de cartas, con la mirada ágil y la anticipación bailando en los dedos que sostienen los naipes, dueño del secreto anhelo de tantos gijoneses hechizados por el sabor dulce con que se escribe una memoria de calidad sin concesiones y tradición sin experimentos. La memoria de esos sueños de mazapán que tanto se parecen a la felicidad.

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