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SUSANA D. TEJEDOR
GIJÓN.
Jueves, 19 de noviembre 2020, 01:17
«Este siempre fue un barrio obrero que gastó en comida, pero que ahora tiene miedo y la forma de comprar ha cambiado». Lo sabe Tensi Gutiérrez, copropietaria de la carnicería Serafín, instalada en El Cerillero desde el año 1992. Dice que la clientela llega «triste y malhumorada, es una cadena: si le va mal a unos le va mal a otros». Los cambios en los hábitos los conoce, desgraciadamente, demasiado bien Gemma Julián. En su negocio, Macabel Stylistas, la afluencia ha bajado muchísimo desde el inicio de la pandemia. «No se sale de casa apenas, no nos arreglamos, no hay fiestas ni celebraciones. No me apetece ni a mí». Cuenta que «en mayo siempre tenía cubiertos todos los sábados y domingos».
Ni siquiera hace un año que se inauguró Alegría Centro de Ocio y Movimiento, el local de Andrea Amado. «Llevo más tiempo cerrado que abierto y las perspectivas no son buenas porque llegado este momento, ¿quién va a venir hacer ejercicio antes de Reyes?». Ella proclama: «Queremos que nos dejen trabajar; piensan que solo pedimos ayudas, pero queremos cuidar de nuestra clientela, atenderla como es debido».
'Para llevar' es un negocio ubicado frente al parque desde hace 22 años. Los pollos asados son su fuerte y la clientela acude con regularidad, también a por el pan. Vanesa Blanco asegura que «aquí seguimos trabajando a diario y no nos podemos quejar demasiado. Vendemos mucho pan y servimos a domicilio, pero sí hemos notado un bajón del turismo. Los visitantes del verano o de puentes festivos venían al establecimiento y eso este año no ha ocurrido».
El vecindario se congrega en muchas ocasiones en los numerosos bares y cafeterías que existen... Es decir, lo hacían. El cierre ha cercenado esas tertulias vecinales. María Acevedo, de cafetería La Trastienda, dice que «tuve 12 días de gloria. Abrí el 2 de marzo y desde entonces...».
Apenas hace un año y medio que inauguró Carmen Álvarez su Café Blue. «Este año es la tercera vez que cierro porque, además, cogí el virus», pero asegura: «No pienso rendirme». También resiste Rubén Bautista, del bar Santalla. En octubre cumplió dos años abierto y hace dos meses adquirió el local porque el dueño lo vendía sin esperar».
Seis meses hace que Jorge Arango trabaja en la sidrería La Rural. «Solo los fines de semana, así que echa cálculos. Hay necesidades. Defendemos familias, no a personas».
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