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LAURA CASTAÑÓN
Lunes, 9 de agosto 2021, 02:14
Aunque había nacido al otro lado del océano, en Caracas, en 1963, la infancia gijonesa para Flor Guardado fue un rumor de olas y la certeza de que el mundo, de que todos los mundos, eran como el microuniverso en que discurría su vida: el ... bullicio de las calles de Cimadevilla, el viento, a veces inclemente y otras puro regalo, el colegio con muralla al lado mismo de la playa, y las voces reconocibles siempre. La infancia, para Flor Guardado, fueron las historias de mar embravecida, de hazañas y de animales marinos en la voz de Saturno, el portero del edificio que reunía a un montón de niños seducidos por su voz y sus aventuras de marinero.
Algo de eso queda, porque la infancia no se va nunca, en el modo en que las palabras se enhebran cuando habla, y en los ojos se asoma el brillo de la pasión por lo que hace, por lo que vive y hasta por lo que sueña.
Los aficionados a la biografía podrían hablar de un paréntesis en la vida de Flor, entre el mar como presencia inamovible en los días de niña y su actual dedicación profesional, marcada también por el Cantábrico como directora del Puerto Deportivo de Gijón: un tiempo de montaña y nieve como esquiadora primero, como profesora de esquí después, en las pistas de Baqueira. Pero ni paréntesis, ni traición al mar que durante ese tiempo siguió arrullando con el pentagrama de su canción el sueño de todas las noches blancas. En realidad, si algo seduce a Flor Guardado es esa mezcla entre la tierra y el mar: el modo en que el agua dibuja líneas en los mapas en forma de ríos, la explosión festiva de las cascadas, la serenidad de los lagos, la forma sólida y blanquísima del agua cuando es nieve, esa mezcla que en realidad viene a ser la metáfora de su vida.
Una cara está hecha de los rasgos que se ven, pero también de todo lo que habita el espacio impreciso de emociones y pensamientos. En el rostro de Flor Guardado hay, visible, una invitación al movimiento: tal vez en la sonrisa, que parece estar a punto de desvelar secretos, en las mejillas con reminiscencias infantiles, o los ojos que esconden tanto como muestran la geografía de las decisiones tomadas con acierto. También la luz, que viene de dentro y encuentra la salida a través de una mirada que no engaña, que articula propósitos y generosidades, tenacidad y constancia.
El hecho de haberse convertido desde hace años en la primera mujer en dirigir un puerto deportivo también contribuye a dar la medida de su carácter, autoexigente y concienzuda, rigurosa y obsesiva con la seguridad y los protocolos que la garantizan, en el empeño siempre de mejorar el espacio que dirige, en potenciar el turismo náutico, en convertir el entorno del Puerto Deportivo en un territorio con establecimientos que añadan vida diurna a la nocturna ya existente, en insistir para que se fomente la actividad y se acerque a los ciudadanos para desterrar la inexacta idea de que la vela y los barcos son patrimonio exclusivo de ricos.
A veces, es posible abandonarse al descanso, y entonces el mar, las motos de agua se convierten en juego y de improviso vuelve la mirada infantil sobre las olas y sus posibilidades. A veces es posible sustraerse al peso de la responsabilidad y entonces Flor Guardado canta, y toca la batería, y disfruta de amigos y de risas, de sus sobrinos, y lee novelas históricas de ambiente marino y entonces recuerda que además del trabajo, el mar es infinito, y a veces también desde el mar arriban los Reyes Magos y piensa que también por esos instantes, por ver a los niños agolpados, con los ojos desmesuradamente abiertos por la emoción, merece la pena todo lo que conlleva ocuparse del lugar al que llegan los sueños y del que parten las esperanzas.
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