El 13 de junio, dos días antes de que los nuevos concejales tomen posesión de su cargo, cumplirá 65 años. Pero Miguel Ángel de Diego (Gijón, 1954) se siente «como una moto» y ya ha solicitado la prórroga de servicio activo para continuar como secretario ... municipal mientras el cuerpo aguante. «Me tocaba irme en Semana Santa, pero no quiero perderme la próxima Corporación». Se reserva, eso sí, «el comodín del público» por si la nueva hornada de ediles no sale tan buena como la actual, con la que dice estar «muy a gusto». Cuando quiere desconectar, se refugia en la música. Y sentado al teclado, tan pronto interpreta a Bach como a Mecano, «según cómo tenga el día».
–En 2014, en vísperas de su llegada, decía que Gijón era la mejor plaza de Asturias. ¿Ha sido así?
–Evidentemente es el Ayuntamiento más grande, el mejor organizado, el que más personal tiene, el despacho más bonito... Sin duda, tras 41 años de servicios es el destino que te planteas para el final de tu recorrido profesional. Y más cuando has nacido a cien metros de la Casa Consistorial. Pero hubo un tiempo, sobre todo al principio, en que dudé de si me había equivocado con el cambio.
–¿Por qué razón?
–Cuando llegué me encontré con varias dificultades. La vicesecretaria tuvo una baja prolongada, por lo que recién aterrizado en una nueva plaza me encontré solo ante el peligro. Y luego tuve un fuerte encontronazo con un sindicato. Por querer mejorar las cosas, sacaron un escrito bastante insultante, aunque es cierto que después de un año me pidieron disculpas en privado y dijeron que estaban equivocados en cuanto a que era un prepotente.
–¿Y ahora es buena esa relación?
–La cuestión sindical la tengo en paz. No hace tanto ese mismo sindicato incluso me agradeció las gestiones que hice para encauzar el tema de las compatibilidades del personal. Antes se denegaban todas. Por ejemplo, no se permitía que un socorrista repartiera pizzas por la noche. Se estaba haciendo una interpretación muy estricta de la ley y yo hice otra basada en una normativa más actual. Ahora solo se deniegan las que se tienen que denegar por conflictos de intereses.
–¿Y cómo es la relación con la Corporación?
–Llegué en un momento complicado, al final del anterior mandato, en el que había mucha tensión. La gente piensa que los funcionarios somos ajenos a esas cosas, pero en el fragor de la batalla muchas veces el árbitro es el que se lleva la peor parte. Afortunadamente, con la actual Corporación el clima es muy diferente. Y aunque de vez en cuando hay algún rifirrafe, firmaría ahora mismo por que la próxima fuera como ésta. Incluso sería aceptable si fuera un 20% peor. Por supuesto, si es mejor, miel sobre hojuelas.
Seis grupos... u ocho
–¿Es fácil lidiar con seis grupos?
–Es francamente difícil. Pero he estado 28 años como secretario en Langreo, que siempre tuvo fama de ser un ayuntamiento conflictivo. Estaba el SOMA, estaba Villa... Tuve muchas experiencias límite. Un encierro como el que han realizado esta semana los vecinos, por ejemplo, ni me llama la atención, porque allí casi pasaba cada mes. Y a base de torear en plazas difíciles, acabas adquiriendo tablas y experiencia para resolver conflictos. Aparte, procuro ser imparcial. Y si un día le pito penalti a uno, intento pitárselo al contrario el día siguiente. La próxima Corporación dicen que igual tiene ocho grupos. Pues será otra vuelta de tuerca. Aunque al final da igual que sean dos o 18.000. Lo que cuentan son las personas. Y si te encuentras con gente como Dios manda, todo es más fácil.
–¿Hay algún concejal que le haya puesto las cosas más difíciles?
–La verdad es que no. Quizás a nivel técnico Marina Pineda, que es quien más me cuestiona las interpretaciones jurídicas. Es una buena laboralista y a veces en el Pleno ejerce más de abogada que de política. Pero nos respetamos recíprocamente desde el punto de vista profesional y en privado tenemos conversaciones jurídicas muy interesantes.
–Al Pleno llegan temas de lo más variopinto. ¿Le ha tenido que parar los pies a algún grupo por irse de las competencias municipales?
–Sería poner puertas al campo. Teóricamente, los plenos deberían estar resueltos en una hora. A partir de ahí se acaban las cuestiones administrativas y todo son proposiciones, declaraciones... Pero ahí está el debate de si los ayuntamientos son órganos administrativos o políticos. Por mucho que la ley se empeñe en decir lo primero, están formados por partidos y los políticos vienen a hacer política. Pelear contra eso sería absurdo. Yo sí me cuido mucho de que lo que se apruebe sea siempre 'instar a alguien', 'pedir a no sé quién'... En definitiva, que no se adopten decisiones de fondo que puedan ser impugnadas. Como ocurrió con el famoso tema del boicot a Israel. Al final los jueces dijeron que no era más que un ruego, porque está claro que el Ayuntamiento no puede boicotear a ningún estado.
–Ya se ha vuelto habitual que tome la palabra para aclarar cuestiones de forma en plena sesión plenaria.
–Es inevitable, porque siempre surgen nuevas dudas. La riqueza del Pleno hace casi imposible reconducirlo a un reglamento, y además no podemos caer en el formalismo y el inmovilismo. Vamos un poco por el derecho inglés, fijándonos en los precedentes que haya de cada asunto. En las declaraciones institucionales, por ejemplo, se interpretaba que debía haber unanimidad. Y por ejemplo el PP cuando no está de acuerdo no vota, se va... Se acordó que si solo hay un grupo que no las apoye, vayan igual adelante. Con dos ya no, porque sí parece que el consenso se rompe.
Las abstenciones
–¿Lo de no votar lo había visto antes?
–Sí, muchas veces. Y en el acta lo considero como una abstención, porque aunque lo habitual es manifestarla alzando la mano, en la literalidad de la ley la abstención equivale a no votar. Sí me gustaría, el día que tenga tiempo, proponer cambios en el reglamento para que el tema de la abstención compute de otra manera. En Gijón se han aprobado propuestas con tres votos a favor y 24 abstenciones. Y desde un punto de vista lógico me parece duro considerar eso un acuerdo. Pero claro, me gustaría que el cambio lo hiciera el legislador nacional y no llevarme yo el mérito o el coscorrón.
–¿Cómo aguanta las sesiones maratonianas del Pleno?
–(Ríe) Me llevo libros, revistas profesionales... Aunque siempre estoy con un ojo abierto porque puede surir algún problema en cualquier momento. El peor momento es después de comer, porque con esas sillas tan cómodas hay que luchar un poco contra el sueño. Sobre todo si la discusión es aburrida. Hay gente que da más juego que otros.
–¿Cómo es su relación con Carmen Moriyón?
–Excelente, pero desde la distancia. Si no fuera secretario y ella no fuera alcaldesa, me encantaría que fuéramos amigos. Pero mientras sigamos en los cargos hay que mantener la cordialidad, pero sin intimar excesivamente. Tampoco los jueces alternan mucho con los abogados.
–Sí ha tenido varios desacuerdos con el jefe de la Asesoría Jurídica.
–Es cierto que la relación es mala, la única mala con toda la plantilla. Yo no me meto con su forma de hacer las demandas, pero cuando se trata de cuestiones que afectan al Pleno, como informarle sobre sentencias del PGO o permitirle decidir si se recurre o no el fallo contra la designación de la representante en Cajastur, debe prevalecer mi opinión. Si se lo toma como algo personal, allá él. Al final el desencuentro se ha traducido en que nuestro trato es nulo. Cuando hay que hablar, porque el servicio público está por encima de nuestras cuitas, lo hacemos por intermediarios.
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