Fernández-Ladreda, la calle

Ya se había anticipado en julio de 1945, cuando el ovetense José María Fernández-Ladreda fue nombrado ministro de Obras Públicas del quinto gobierno de Franco: se le pondría una calle en Gijón. Y la intención se materializó tal día como hoy de hace tres cuartos de siglo. el mismo día en que se declaró al político hijo adoptivo de la ciudad. «Corresponde la decisión a algo que estaba en el ambiente», dijo EL COMERCIO, «a algo que todos los gijoneses verán como la interpretación exacta y fiel de su criterio y de su deseo. A José María Fernández-Ladreda se le admira y quiere aquí unánimemente». Eran palabras, claro, de un Consistorio del mismo color que el ministro en cuestión, y en plena posguerra, pero la vinculación del ovetense con Gijón, eso sí, no se discutía. «Con nosotros ha convivido, sobre todo después de la Liberación, durante el tiempo que en Gijón tuvo la Oficina de Movilización Industrial». La que llevaría su nombre sería una vía aún en construcción: una «gran avenida que dará entrada a la ciudad por la carretera general de Castilla» y que hoy en día recibe el nombre de avenida de la Constitución. Por aquel entonces, en Oviedo, «el señor Fernández Ladreda recibió en su domicilio particular a los comisionados y el alcalde», Mario de la Torre, «al participarle el acuerdo alcanzado en Gijón con ruego de que lo aceptase, expresó los motivos de agradecimiento que la ciudad tiene contraídos con el señor ministro de Obras Públicas por el cariño y la atención con que este acoge y resuelve todos los problemas que se relacionan con Gijón».

Aceptó Ladreda la distinción, dizque con modestia, «y reiteró al alcalde y gestores la sinceridad de su amor a nuestra ciudad y sus deseos de corresponder a las pruebas de afecto que constantemente recibe de los gijoneses».

Era, decíamos, «homenaje merecidísimo y tan justo como efusivo y cordial» a quien fuera recibido con aplausos meses antes, «en actos como aquel de la función de la prensa en el Jovellanos, en que al percatarse de la presencia del señor Ladreda el público (...) le aclamó con el mayor entusiasmo». Y, ahora, ¡la calle!