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LAURA CASTAÑÓN
Domingo, 15 de octubre 2023, 00:23
Cuando Fernanda del Castillo nació en 1954, nada podía presagiar que su destino iba a llevarla a abandonar la capital de España donde se había producido su nacimiento, y terminaría convertida en una gijonesa más, enamorada del mar y de la ciudad. Tampoco entraba de ... ninguna manera en el cálculo de sus padres, aparejador él y maestra que había abandonado su trabajo por aquello de entonces de la familia y la casa ella, que sin que hubiera ningún tipo de antecedente familiar, aquella niña, la segunda de cuatro hermanos, iba a desarrollar su carrera profesional en el ámbito sanitario. Y aunque en un principio había pensado ser médica, terminó por elegir los estudios de Enfermería mientras crecía, además de su interés por la profesión, el compromiso social y político en unos años complicados, los del final de la dictadura. Tanto en lo uno como en lo otro seguro que tuvo mucho que ver la relación con quien sería su marido hasta su fallecimiento en 2006: el recordado pediatra Benito Otero. De su mano se reafirmó en sus certezas y profundizó en la conciencia social que él, activo izquierdista (militaba por entonces en la ORT) respiraba como única forma de vida.
Y luego está la casualidad, la que hizo que Benito Otero obtuviera una plaza en Gijón y no en Guadalajara y transformó su vida de interior en una ventana abierta al mar, a una ciudad que hicieron suya y que ya nunca pensaron en abandonar y en la que el recuerdo de él vive en una calle que merecidamente lleva su nombre en Nuevo Roces.
No pasó mucho tiempo sin que Fernanda también encontrara un hueco para su profesión, primero en Oviedo, y ya más tarde en Gijón, concretamente en Contrueces, en una época de tanta dureza en el barrio como de prodigalidad asociativa. A las iniciativas de mujeres y de vecinos, se unía también la implicación del centro de salud con profesionales muy concienciados en la importancia de la medicina de familia y comunitaria.
Hay rostros, como el de Fernanda del Castillo, en los que la serenidad parece haber anidado. Está presente en los rizos, en la luz que irradia, en la sonrisa que escribe en la cara un gesto de comprensión y empatía. Es inevitable que esa calma se traslade también al discurso, al modo en que mira a los ojos al interlocutor hablando pausadamente pero también con la contundencia que le proporcionan las convicciones. Esa es la mirada de quien sabe leer el dolor en las pupilas de los demás, de quien conoce las mil caras del sufrimiento.
Además de presidir durante algún tiempo la Sociedad de Enfermería Comunitaria y de Familia de Asturias, lleva muchos años inmersa en la pelea por la dignidad a la hora de morirse. Desde 2019 preside DMD (Derecho a Morir Dignamente) que ha tenido distintos objetivos desde su creación, en función a las batallas legales que había que librar. Aunque la ley de Eutanasia está vigente desde junio de 2021, son muchos los pequeños detalles de su aplicación que terminan por convertirse en obstáculos no demasiado fáciles de superar. La asociación informa, acompaña y de algún modo sigue en la batalla por la dignidad porque los derechos adquiridos, si no se vigila que se cumplan, pueden quedarse en papel mojado. Y es mucho sufrimiento el que se juega en esa partida.
A pesar de la renuencia y hasta el rechazo que suele suscitar un asunto tan espinoso y todavía tabú como lo que tiene que ver con el modo de afrontar la muerte, Fernanda del Castillo, defiende con total convicción que es necesario hablar de ese inevitable proceso, enfrentarse con serenidad a esa certeza: la de que todos habremos de superar ese trance. Y la garantía de poder hacerlo en las mejores condiciones es, en definitiva, la que nos hace mirar a la muerte a los ojos con menos miedo, y vivir con más entusiasmo la vida.
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