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Faustino Blanco nació en 1940 con todo el gijonesismo que les fue posible acumular a varias generaciones, tanto por parte paterna como materna. En la calle San Bernardo la infancia fue un claroscuro de obstáculos y también de esperanza, de aprender a disfrutar de la ... amistad y de la vida que se abría paso entre los jirones de las tristezas de los años. También de aprender el valor del esfuerzo, la responsabilidad heredada, la necesidad de ir abriendo en las dificultades espacios para ilusionarse.
En el rostro de Faustino Blanco se dibuja la memoria de aquellos días, y lo hace en forma de melodía arrancada al tiempo: las imágenes de entonces van de los días de la escuela que estaba en la carretera de Ceares, a los primeros trabajos, a las limitaciones tras la prematura muerte del padre, que le colocó en la posición de más que contribuir, tener que tirar de la familia, como buen hermano mayor. También, como destellos, le brillan en los ojos, que a veces se humedecen con la emoción, otras escenas, las de las amistades forjadas en el Centro Católico San Lorenzo, en aquellos tiempos en los que el ocio tenía poquísimos canales y la proliferación de centros juveniles concitaba la energía creativa que luego se transformaba en iniciativas como la de, por ejemplo, cantar.
Por entonces los días eran eso: trabajo en el Ayuntamiento, con lo que siguió la tradición familiar de empleados municipales que ya había iniciado su abuelo, que era oficial mayor, el portero mayor del Consistorio gijonés, y estudiar por las tardes para obtener el título de Bachiller, y luego el ping pong, las excursiones de fin de semana, el ajedrez y las canciones en el Centro San Lorenzo.
Cuando Faustino Blanco se incorporó a la Polifónica Gijonesa, después de pasar las pertinentes pruebas, y tener que esperar a que le cambiara la voz que terminaría por ser de barítono, no sabía que ante él se extendía una historia que iría inexorablemente unida a su propia existencia. Nada hacía presagiar que los caminos irían, si no enredados, al menos en paralelo. Para entonces, a principios de 1963, la Coral Polifónica llevaba algunos años desde su fundación por Anselmo Solar, en 1949, y para Faustino Blanco se convirtió, sin darse apenas cuenta en una parte fundamental de su vida. Lo proclaman sus palabras, la emoción que acompaña el recuento de aquel tiempo en que todas las preocupaciones y agobios laborales, se iban convertidas en armonía cuando llegaba a los ensayos. Son muchos años de vivir entregado a una pasión: la de las voces que cantan juntas y su deseo de mantener la agrupación en el nivel de prestigio por el que siempre se caracterizó. Por eso asumió la presidencia, y en ello sigue ahora que han pasado veintidós años, testigo y protagonista de los grandes éxitos, de gloriosas giras por distintos países, de los premios en Llangonelle en el Certamen Internacional de Masas Corales, celebrado en Gales en los primeros años sesenta.
Imbricada sólidamente en la ciudad, el prestigio que tiene la Polifónica no se ve mermado por las muchas trabas con las que se enfrentan, desde las apreturas presupuestarias al complicado relevo generacional, y Faustino Blanco sigue en el empeño de aglutinar voces y voluntades, de empastar cuerdas y decisión, con ese tesoro de emociones y más de mil piezas musicales que componen la maravillosa colección de sus interpretaciones.
Cuando era niño su padre le enseñó que tenía que ser como Tarzán que nunca soltaba una liana hasta que tenía otra a la que agarrarse: Desde hace más de sesenta años, Faustino Blanco, se aferra a una liana hecha de canciones y de vida compartida, de entusiasmo y esfuerzo.
La pasión musical, la voz como instrumento, el corazón como motor para seguir en este asunto, a veces tan desafinado, que es vivir.
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