E. C.
GIJÓN.
Domingo, 16 de septiembre 2018, 02:40
«Cientos de clientes cruzaban las puertas de las clínicas con la esperanza de arreglarse la boca por la mitad de dinero o menos de lo que les pedían otros dentistas. Todos tenían ingresos bajos o medios. Era un requisito esencial». El demoledor relato realizado ... a Abc por uno de los antiguos empleados de iDental confirman las peores sospechas de los usuarios perjudicados: los propietarios del negocio les seleccionaron, presuntamente, por su vulnerabilidad.
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«Desde las ocho de la mañana había colas de personas esperando a conseguir una cita con especialistas que podían ser sus hijos. La media de edad de los trabajadores no llegaba a los 25 años y subía levemente con los jefes de departamento. Los sueldos, aunque se prometían muy altos tras una fulgurante carrera dentro de iDental (gracias a sus titulaciones propias) eran básicos: mileuristas los contratados y muchos becarios. Todos ellos formando parte de un entramado de microempresas que alimentaban la maquinaria que en sus tiempos felices nos hacía sentir a los trabajadores como parte de un propósito mayor», dice el exempleado.
Sin embargo, tras meses subiendo como la espuma, el negocio empezó a hacer aguas. «Las voces discordantes de pacientes afectados empezaron a crecer, como los grupos de Facebook que denunciaban malas prácticas. A diario la compañía hacía un esfuerzo titánico por levantar la imagen de la empresa, que zozobraba sin control. Se invertía una ingente cantidad de dinero en publicidad y se entrevistaba a pacientes de los que se sabía a ciencia cierta estaban satisfechos con su tratamiento. Si no, se les silenciaba u obviaba para que no apareciesen opiniones en contra».
Según relata el extrabajador, estuvo «en contacto con muchas de estas personas, que acababan llorando, relatando sus historias. Era común escuchar sus quejas por la deficiencia de materiales: dientes rotos, prótesis que no encajaban o deudas de apenas unos céntimos que provocaban que no se les atendiera, aunque llevasen esperando horas en los pasillos». Los casos más graves también existían, incluso con pacientes cuya vida corrió peligro, supuestamente, como consecuencia de los tratamientos bucodentales. «A fuego tengo grabada la historia de un paciente que estuvo durante días en la UCI por una infección, debatiéndose entre esta vida y la otra. Incluso avisaron a sus familiares de que se acercaran al hospital porque le vaticinaron apenas unas horas. Al final, de forma milagrosa, según narraba su mujer, consiguió salir adelante. A pesar de todo, volvió a iDental para que le arreglaran el desaguisado que le habían hecho en la boca. «¿Donde voy a ir que no me cobren un riñón?», decía el afectado, totalmente resignado», prosigue en su demoledor relato.
«Los jefes, que antes se paseaban orgullosos, dejaron de aparecer. El dinero dejó de caer del cielo y en su lugar llovieron demandas. El equipo jurídico, que crecía con nuevos becarios, no daba abasto. Su función estaba entre lo comercial y el teléfono de la esperanza. Intentaban ser el primer muro de contención de pacientes que les chillaban impotentes. Se vivieron momentos de tensión y la Policía comenzó a personarse en las clínicas. Como es lógico, los clientes nos increpaban, insultaban, nos imploraban. Y nosotros poco podíamos hacer al respecto salvo desearles suerte. Les alertábamos de que huyeran de allí, convencidos de que, en realidad, nosotros éramos los villanos», concluye.
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