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Cuando Eva Crende nació en 1957, Figaredo, en el concejo de Mieres, era un repertorio de grises que venían de la mina, el polvo del ... carbón en suspensión, y como contrapunto los verdes que rodeaban las casas de El Quemaderu, donde vivía con sus padres, su hermana mayor y los abuelos maternos. En la memoria, entre las voces y los ecos de entonces, pervive el olor de la madera de la carpintería de su abuelo que estaba en el piso de abajo.
Nunca se sabe de qué rincón secreto viene lo que conocemos como vocación, pero en el caso de Eva Crende, tal vez tuvo que ver la pericia y dedicación de su madre a la hora de colocar gasas y esparadrapos, de desinfectar pequeñas heridas (frecuentes en el trabajo en la carpintería). Y puede que también, y sobre todo, la tele de entonces y una serie de gran éxito en el momento y los ojos verdes de Chad Everett interpretando al doctor Gannon en Centro Médico. Por encima de todo ello, en la voluntad de Eva Crende la firme decisión de ser independiente económicamente, de tener una profesión, de hacer algo que la alejara del destino tan frecuente en aquella época de tener que resignarse a ser esposa, madre y ama de casa.
Así que le habría gustado ser cirujana, pero se impusieron otros argumentos que tenían que ver, entre otras cosas, con las posibilidades económicas: sin salir del concejo podía hacerse enfermera en la Escuela, ubicada en el hospital de Murias y que había empezado a funcionar muy poco tiempo atrás.
Eva Crende es afabilidad y sonrisa. No es difícil adivinar en su gesto esa calidez que uno necesita cuando se siente particularmente vulnerable. Ese gesto que es el resultado de una mezcla perfecta entre profesionalidad y sensibilidad. Y en esa alquimia ha vivido todos los años de su profesión: desde aquellos primeros tiempos en el nido improvisado en Cabueñes hasta los últimos en el Centro de Salud.
Como Eva Crende tenía una inabarcable vocación de mar, le faltó tiempo para instalarse en Gijón, que había sido el escenario de las vacaciones familiares, cuando era una niña y una adolescente que soñaba con irse a Burundi a echar una mano en cuanto se hiciera enfermera. Después, la vida, con sus propios planes, llevó sus pasos a otras entregas, a otra forma de servir. Sin embargo, los sueños son más tozudos, permanecen dormidos durante años, pero siempre hay algo que los despierta de ese letargo que nunca lo fue del todo, y en el caso de Eva Crende, fue a través de una compañera que le habló de Solidaridad Médica y de la labor de esta ONG en Bolivia.
El antiguo deseo comenzó a tomar forma y fueron los propios compañeros en su despedida los que tomaron la decisión regalarle la experiencia, facilitarle lo necesario para emprender la aventura vital que de la mano de Solidaridad Médica la llevaría a vivir una de las experiencias más extraordinarias de su vida. Su encuentro con las comunidades indígenas de los territorios Tsimanes del río Maniqui, en la Amazonía Boliviana, la enfrentó a una realidad de pobreza, aislamiento y vulnerabilidad en la que todas las manos y todos los conocimientos son pocos para llevar a cabo labores imprescindibles tanto de cirugías, prevención, higiene. Y aunque en esta ocasión su trabajo se circunscribió a los centros de salud que a lo largo del río van atendiendo a los indígenas, sueña con una vuelta, con emprender de nuevo esa aventura solidaria para en esta ocasión formar parte de las brigadas sanitarias, que recorren río arriba las pequeñas comunidades y atienden sobre el terreno todos los problemas de salud.
Con sonrisa y con voluntad, con la fuerza de los sueños adolescentes que florecen en este tiempo en el que unos eligen poco más que vegetar y otros en cambio contribuyen a hacer del mundo un lugar mejor.
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