LAURA MAYORDOMO
GIJÓN.
Lunes, 5 de octubre 2020, 00:35
A tres horas en coche de Kigali, la capital de Ruanda, al borde del lago Kivu, está «el sitio más bonito del mundo» para la psicóloga Ángela Huergo. Allí, en Kibuye, puso en marcha hace más de tres años esta madrileña, hija de ... gijoneses, una escuela infantil que comenzó con apenas una veintena de niños y a la que hoy asisten más de un centenar. Un colegio en el que los pequeños, entre tres y seis años, no solo aprenden números y letras, también normas de higiene, y en el que desayunan y comen. «Para muchos, las únicas comidas del día».
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El colegio Inshuti -«amistad», en español- nació en parte gracias a la implicación de un párroco gijonés, Luis Menes. Y a las aportaciones de colaboradores anónimos, muchos de ellos también de Gijón y entre los que se cuentan algunos de los miembros de la directiva de la recientemente creada asociación Inshutikibuye, como Pablo Domenech.
Sus planes pasan por levantar un edificio propio para el colegio -hasta ahora habían alquilado dos locales- en un terreno que les ha cedido el gobierno ruandés. Otro gijonés, el arquitecto César Rodriguez de Arriba, se ha encargado de diseñar el proyecto de la nueva escuela, que ocupará una planta de 184 metros cuadrados con tres clases, dos baños, una cocina, un despacho y un almacén.
Conseguir financiación para afrontar las obras -estiman que el coste rondará los 5.000 euros- es ahora el objetivo más inmediato. De ahí que, hasta el día 15, expongan -y vendan -en la librería 'La habitación propia' (calle Celestino Junquera, 1) una selección de fotografías -entre ellas las de esta página- con los protagonistas de este proyecto solidario que no tiene un fin «asistencialista ni de caridad» sino que busca «dar una oportunidad» a unos niños que, de otra manera, lo tendrían mucho más difícil. «Queremos que la gente conozca el proyecto y que se involucre, pero no solo con una cantidad económica, sino yendo allí tres semanas para, por ejemplo, enseñar inglés, enseñar a cultivar... que cada uno aporte lo que sepa y se implique personalmente», anima Huergo.
Ella, que suele ir dos veces al año a Kibuye para supervisar el trabajo que allí se hace, espera poder viajar el próximo mes de enero a Ruanda -país en el que vivió durante una temporada con su marido, el médico gijonés José Luis Tonda- para, si todo va bien, poner en marcha las obras del nuevo colegio.
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La pandemia le impidió volar en marzo (estaba, de hecho, a punto de embarcar en Barajas) y también obligó a cerrar los colegios ruandeses el día 13. En estos meses, los profesores y ayudantes de la escuela Inshuti -todos locales, como el personal de cocina y limpieza- se han encargado de ir por las colinas, reuniendo en pequeños grupos a los alumnos para seguir dándoles clases. Y la asociación se ha preocupado de procurar alimentos a sus familias, ante la imposibilidad de los padres de poder ir a trabajar.
Posiblemente en unos días los niños puedan volver a su escuela. Y a disputar los partidillos de fútbol que tanto les divierten. Luciendo, eso sí, las camisetas del Sporting.
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