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El afán de Francisco Pol y el proyecto de Chillida. El arquitecto buscaba un emblema para culminar la reforma del Cerro y el escultor, una atalaya para la gran obra encargada por Francia
Pocas esculturas habrán tenido una historia a sus espaldas tan genuina. Pues de poco habría servido que el arquitecto y urbanista Paco Pol pensara en Eduardo Chillida cuando dirigía los PERIs de Cimavilla y el Cerro en los años ochenta si el encargo recibido por el escultor vasco más universal por parte del Gobierno francés hubiera ya fructificado. En tal caso, el 'Elogio del Horizonte' sería francés y en la magnífica atalaya gijonesa presidida durante siglos por la ermita de Santa Catalina habría hoy día otra cosa. Pero no el gran emblema de la ciudad.
Pol apreció grandes oportunidades en aquel Cerro comprado al Ministerio de Defensa por cien millones de pesetas, tras la mediación de Fernando Morán. Diseñó un gran parque en la proa de Gijón, saneó sus búnkeres y llegado el momento concluyó que aquel espacio privilegiado, asomado al mar Cantábrico y a la ciudad, «pedía a gritos una escultura de envergadura». El arquitecto ovetense descolgó el teléfono y habló con Chillida, a quien conocía a través de Antonio López y del arquitecto José Antonio Fernández Ordóñez (hermano del ministro), que solía asumir la parte técnica de sus piezas. El artista vasco recibió la llamada con interés.Corría 1986 o 1987. Se citaron en San Sebastián y allí acudió Pol con todo el proyecto del Cerro bajo el brazo, en una época en la cual el viaje, por carreteras nacionales, rondaba las siete horas. Chillida dijo: «Explícame». Y cuando supo de la altura sobre el mar, unos 44 metros, la amplitud y la construcción en hormigón de los elementos militares del promontorio «le dio como un mareo». Entonces replicó:«Te voy a dar una sorpresa». Salió el salón de su casa, en el monte Igueldo, y regresó con una pieza de hierro de unos treinta centímetros. La puso ante él y le dijo: «Esta es la escultura y se va a llamar 'Elogio del Horizonte'».
Chillida llevaba más de un año recorriendo la costa francesa para concretar el encargo formulado por el ministro de Cultura, Jacques Lang, de una obra para conmemorar el bicentenario de la Revolución Francesa, que tendría lugar en 1989, con la consigna de rendir tributo a su lema de 'Libertad, igualdad y fraternidad'. Bajo esa premisa ideó su 'Elogio' que visualizaba en una atalaya desde donde el hombre se hermanara con el horizonte. Sin embargo, los promontorios de la costa gala o bien estaban ocupados o eran demasiado elevados y no tenían población alguna a su lado, con lo que incumplían su afán de estar fuera y dentro de una ciudad para que sus habitantes lo visitaran y lo hicieran suyo.
Pol, con sus planos, logró el primer flechazo. El Cerro consumó el segundo y definitivo cuando el escultor lo visitó con su esposa Pilar y su hijo Luis. El arquitecto recibió entonces el plácet del alcalde, pero no la financiación, que se consumaría cuando José Manuel Palacio cedió el báculo a Areces. Principado, Ayuntamiento y Caja de Ahorros pagaron, a tercios, los cien millones de pesetas de la obra. Y Chillida aceptó la propuesta de Pol, que igualaba los honorarios que pagaba entonces Barcelona a los grandes artistas: cinco millones. «Una cifra irrisoria», concluye hoy día Pol, para el gran emblema de la ciudad de Gijón.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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