Dulce Solar
La mirada escrita ·
Neuróloga. Desde el año 2008 y hasta su reciente jubilación ha sido Jefa de Neurología del Hospital de CabueñesLa mirada escrita ·
Neuróloga. Desde el año 2008 y hasta su reciente jubilación ha sido Jefa de Neurología del Hospital de CabueñesCuando nació Dulce Solar, en Gijón, en 1957, no siempre dependía de los deseos de los padres el nombre que se podía poner a los niños, por extraño que pueda resultar. Así, la intención de su madre de llamarla Miriam, un nombre que había oído ... en alguna ocasión y que se le había grabado como el ideal para su hija, se vio desbaratada por la incomprensión de los encargados de inscribirla en el Registro, porque a ver qué era eso de ponerle un nombre tan raro a una niña, que encima parecía que era judío.
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Así que quien estaba destinada a ser Miriam Solar, no tuvo otra que aparecer en todos los documentos oficiales como Dulce Nombre de María Solar Sánchez. Y eso, aunque a lo largo de su vida le ha supuesto una extraña duplicidad y la necesidad de ir explicando las circunstancias de su nacimiento, tampoco le ha creado trauma alguno: siempre, a todos los efectos excepto los oficiales, ha sido Miriam para todo el mundo, incluidos algunos pacientes, que por lo prolongado de su relación han terminado por convertirse en familiares.
Miriam Solar aún conserva en su rostro algo de la niña estudiosa y con buenas notas que acudía al Colegio San Vicente en transporte escolar desde Pumarín. A sus padres, trabajadores y sin antecedentes familiares que tuvieran que ver con la Medicina, les resultó sorprendente que la niña desde muy pequeña hablara de que quería ser médico, y ello a pesar de lo mucho que parecían gustarle las letras, porque leía muchísimo y la apasionaba la historia. Pero como persistía esa intención de dedicarse a curar los cerebros, como trataba de explicar cuando se le preguntaba, apoyaron con entusiasmo su decisión, incluso aunque ello implicaba una separación inevitable, porque al menos el primer curso de carrera tuvo que trasladarse a estudiar a Valladolid.
Esos ojos de Miriam detrás del cristal transparente de las gafas han escudriñado desde hace décadas los gestos y los síntomas de pacientes: llegar a un diagnóstico en una especialidad como la neurología supone una larga investigación casi detectivesca porque que a uno le duela un dedo no siempre quiere decir que el problema está en el dedo, sino en un recóndito lugar del cerebro, en una esquina escondida del sistema nervioso. La fascinación que siempre han ejercido en ella esos complejísimos procesos, los mensajes que a través de impulsos eléctricos nos recorren, ha hecho que estas décadas de entrega absoluta, hayan transcurrido como un soplo. Defensora a ultranza de la Sanidad Pública, a la hora de jubilarse se vio invadida por una mezcla de sentimientos: la satisfacción por lo mucho avanzado, sobre todo en materia de diagnóstico, el temor por el deterioro del sistema de salud que inició la pandemia, y también la sensación de que cada médico que se jubila se lleva consigo conocimientos y experiencia que habría que tratar de transmitir de alguna manera.
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Ha sido muy feliz trabajando, pero la jubilación le ha regalado la posibilidad de retomar todo aquello que los años de batalla contra las enfermedades neurológicas, especialmente la esclerosis a la que ha dedicado gran parte de su trabajo, le habían ido quitando: disfrutar del cine, del teatro, leer sin prisas, visitar exposiciones, viajar y en definitiva ser dueña de cada uno de sus momentos y disfrutar la ciudad en la que siempre ha vivido. Y no tener que madrugar.
La muchacha que cuando era estudiante hacía animación cultural por los barrios, la joven que también trabajó como médica rural, como médica de urgencias, la que se entregó con pasión sin medida a su especialidad, a conocer el cerebro y sus laberínticos enigmas, la que no ha perdido en ningún momento la sonrisa, ha puesto un punto y seguido en esa trayectoria que es mucho más que vivir. Porque, como en la canción que interpreta Mercedes Sosa y que le encanta, no es lo mismo que vivir honrar la vida, y tanto Miriam como Dulce han sabido practicarlo siempre.
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