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AClavel Arce las circunstancias y la presencia protectora de la familia para una joven madre primeriza, la nacieron en Pola de Siero, en 1960, aunque la infancia, desde que es capaz de recordarla, es gijonesa, del barrio de La Arena. También lo es la melodía ... que le habita la voz, esa inconfundible concesión playa a la entonación del discurso, en la que palpita el salitre y la memoria de todas las voces, de los años de niña, del Gijón de siempre.
En la mirada de Clavel Arce conviven armoniosamente la firmeza en la determinación y la empatía. Será la claridad también marina que regala desde los ojos azules, pero es fácil sentir la cercanía en la conversación y en ella eso de fluir es mucho más que una palabra. Parece tan sencillo el diálogo, comandado por su sonrisa, pero nada es improvisado. Esa naturalidad y esa afabilidad en el trato es posible por las certezas de siempre en lo fundamental, afianzadas con el paso del tiempo. De algunas de ellas tal vez sea responsable la genética, pero sobre todo el ejemplo: la presencia de unos padres de los que aprendió que el trabajo, lejos de ser una maldición, era algo grato, a lo que se entregaban con entusiasmo. En el recuerdo de Clavel Arce está especialmente su madre trabajando siempre, tanto en la tienda de electrodomésticos, como en casa, donde nunca se permitió estar sentada sin algo entre las manos para coser o bordar. De todo ello le viene esa afirmación de que le gusta trabajar, y como su madre, que en sus últimos años confesaba sentirse feliz cuando se despertaba de un sueño en el que había hecho muchas ventas y había trabajado mucho, también encuentra el placer en ello. En eso, y en seguir aprendiendo, en estudiar permanentemente, desde que descubrió cuánto le gustaba, tras incorporarse al Instituto Calderón después de pasar por las Dominicas.
Cualquier cambio en la evolución de la trayectoria vital de Clavel ha ido dejando en su rostro esa huella con la que se escriben las certidumbres y que proyecta en interlocutores, compañeros, pacientes. Quizá algo de esa capacidad para crear en torno a sí un espacio para la confianza estuvo en el origen de su vocación, cuando pensó en estudiar Psicología, pero eligió la Medicina pensando en especializarse en Psiquiatría. Por el camino descubrió que lo que más le interesaba era la medicina de familia, y no por lo que tiene de humana, que Clavel Arce defiende con pasión que cualquier especialidad médica ha de serlo, sino por la posibilidad de entender a los enfermos en su propio contexto. Es posible que esa vocación de cercanía terminara por abocarla a especializarse en cuidados paliativos cuando ese servicio estaba dando sus primeros pasos. Clavel Arce siempre supo que hacerlo la llevaba a jugar en territorio enemigo, en ese espacio en que la muerte tiene ganada la partida de antemano y en el que la batalla está en conseguir que el tránsito sea lo menos doloroso posible tanto para el enfermo como para su familia. Voluntariosa y entregada, ha ido descubriendo de todo lo que es capaz, desde aquel MIR que parecía inabordable con veinte mil médicos en paro, desde cada una de las responsabilidades, desde cada una de las experiencias. Defensora sin tregua de la sanidad pública y conocedora a fondo del Hospital de Cabueñes en el que ha desarrollado la mayor parte de su actividad profesional, incluyendo tareas de gestión, y del que ahora es directora, mira con pasión la vida, y sus regalos (pareja, hijos, caminar, viajar, leer, bailar) porque conoce de cerca lo fino que es el filo que nos separa del otro lado. Con la misma decisión con que en la adolescencia se liberó de las tres últimas letras de su nombre, el que figura en los papeles oficiales, aborda este tiempo, el de la experiencia y el conocimiento, sin perder ni un ápice de la ilusión y la vida que está cosida a la memoria con el hilo invisible de los bordados con que su madre le enseñó esa ciencia, tan moderna ahora, de la gestión del tiempo y el placer de hacer bien las cosas.
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