Cecilia Alvargonzález

Hay historias que comienzan con un baúl (aunque en realidad empezaran mucho antes, casi con la historia del propio territorio). Un día, Juan Alvargonzález, una de las personalidades más ilustres que ha dado la ciudad, se paró a pensar en el destino de aquel enorme cofre que albergaba documentos relacionados con una trayectoria empresarial ligada al mar y a Gijón, y muchas cartas familiares, la memoria escrita de distintas generaciones a las que él y su mujer Dominica contribuyeron con nada menos que con once hijos. Ese patrimonio documental y afectivo fue el origen de la Fundación Alvargonzález, de la que la última de las hijas del matrimonio es actual presidenta.

Nacer después de otros diez hermanos, que fue la circunstancia de Cecilia Alvargonzález, cuando vino al mundo en 1969, y con una diferencia de siete años con la hermana anterior, forjó una personalidad que lejos de abocarla a padecer el síndrome de niña hiper mimada, le permitió una independencia en sus juegos y todas las ventajas del mucho cariño de tanta familia, además de disfrutar de una relajación por parte de unos padres que ya habían ido suavizando la disciplina impuesta a los hermanos mayores.

El rostro de Cecilia transmite una sensación de tranquila curiosidad, en la mirada atenta, en el gesto afable, voluntariosa y tenaz, esa forma de sentirse en paz con el mundo, que no la aleja de la niña que pasó sus primeros años escolares en el Colegio Blancanieves de Somió, de la que luego se incorporó al Colegio de la Asunción, donde descubrió la Historia, gracias al entusiasmo transmitido por una profesora, hasta el punto de empeñarse en descartar la opción por el Derecho y marcharse a Madrid para terminar licenciándose en algo tan poco frecuente como la Antropología y la Etnología de América. Esa pasión por desentrañar las razones, las causas y los efectos de lo que sucede, terminaría por conducir sus pasos a la Fundación Alvargonzález, donde después de ser subdirectora, accedió, tras el fallecimiento de su hermano en 2022 a la presidencia.

Cecilia conoce el valor, la importancia del relato familiar, el modo en que la historia de cualquier familia encuentra en la transmisión de todo ese corpus de anécdotas, valores, documentos y memoria, el sentido de la pertenencia a algo común en lo que reconocerse y, a la vez, el modo de proyectarse hacia la sociedad. Por eso, el entusiasmo con el que ha abordado desde siempre la existencia de la Fundación, como custodia de un patrimonio emocional con vocación de perdurabilidad y a la vez ha encontrado una enorme satisfacción en el trabajo por la sociedad donde se ha inscrito la empresa familiar. Le produce especial alegría descubrir talento en aquellas personas a las que pueden ayudar con becas a conseguir sus sueños, y disfruta programando exposiciones, organizando actividades que favorezcan el conocimiento, la cultura, la memoria.

Discreta, aunque no tímida, está más cómoda alejada de los focos, lo que no le impidió sentirse profundamente agradecida por el premio (la única mujer en obtenerlo de momento) al Gijonés del año, en 2020. Le encanta leer, moverse de un lado a otro y descubrir cosas nuevas, es profundamente familiar y ha conseguido que le guste mucho hacer deporte.

Hay algo en su manera de hablar, de sonreír, de mirar que invita al diálogo, al entendimiento y que tal vez tiene que ver con lo mucho que le gusta acoger a los amigos, a la familia, la mesa para la comida, la sobremesa. También hay una alegría tranquila de quien escribe el futuro sin abandonar los renglones de la memoria: la que a veces le lleva la emoción a los ojos, cuando recuerda los domingos por la tarde en El Musel, la infancia de barcos de la mano de sus padres en aquel tiempo en que las imágenes familiares se funden con la historia de la ciudad en el sonido de las sirenas, en la sombra de las naves que siguen surcando los océanos del tiempo.