Secciones
Servicios
Destacamos
Cuando las casetas de la playa de San Lorenzo, allá por los años 60, 70 y 80, se contaban por centenas «estaba aquí metida media ciudad». Convertidas en un icono postal de Gijón, las casetas, primero, son ornato del esplendoroso paisaje estival de la playa, y luego radiante marco de incontables escenas costumbristas en el arenal urbano. Sanedrines que arreglaban la ciudad o que cantaban de memoria las alineaciones del Sporting, partidas tensas e interminables a las chapas, al parchís o las cartas, así como los largos baños y paseos configuraron lo que aún hoy sigue siendo un punto de encuentro «muy gijonés y muy entrañable».
Aunque hay pandillas mermadas por el paso del tiempo, también las hay que han dado el relevo generacional incluso a sus bisabuelos. Lo que apenas ha cambiado es el menú: tortilla, ensaladilla y carne o pollo empanado. También, en la era moderna, se dejan ver los gazpachos y las ensaladas. «Yo de ahí no me muevo», dice Florencia Pérez, usuaria que acude con sus amigas desde hace más de 40 años, y a quien, puntual y sospechosamente, sus nietos acuden a ver cada jornada de playa a las 14 horas. «Bocata y 'perres' pal refresco».
Ana y Leontina Fernández llevan casi 80 años en la misma caseta. «Nuestros hijos nacieron aquí», cuentan las primas. «Lo tenemos pasado bárbaro con amigos, hijos y nietos», recuerdan. Los Fernández mantienen la tradición de «echar el día en la playa». No les falta de nada, y todo está guardado al fresco de la caseta, «donde también se echan unas buenas siestas».
De Agustín Antuña se acuerdan Toñi y Berna, matrimonio que lleva más de 50 años acudiendo por las tardes a su caseta en la 12. «Éramos muchos, pero vamos quedando menos. El último en irse fue Agustín Antuña, un gran amigo y conversador», recuerdan. «Tengo recuerdos muy entrañables y agradables. Eran tertulias muy interesantes, y casi tan largas como nuestros paseos», apunta Berna.
La familia Quiñones lleva más de quince años fiel a la cita. Defienden que «el ambiente ha bajado un poco», e incluso aseguran que «se ven muchas casetas vacías». Pero siguen siendo incondicionales: «Nos presta, porque echamos ratos muy agradables. Hace años terminábamos el día cantando y bailando».
Miguel se acuerda de su abuela Sara Cosío, Enrique de cómo su padre ordenaba, a la salida del trabajo, la retirada a casa para ir a comer, y Guillermo las horas y horas con sus primos «haciendo de todo menos cosas buenas». Y todo esto, al menos durante los últimos 40 años ha sido gestionado casi en su totalidad por Manolo Díaz, que hoy «sigue dando un servicio excelente», reconocen sus clientes. «Quedan menos, pero aún hay mucho veterano. El ambiente aquí es extraordinario», cuenta Díaz a EL COMERCIO.
Con el cierre del verano en ciernes, y con un fin de semana que, previsiblemente, estará pasado por agua, los usuarios apuran los últimos días en las casetas de San Lorenzo (se retirarán el próximo 15 de septiembre). «Pese a lo inestable del mes de julio, agosto ha merecido la pena», apuntan los usuarios.
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.