Carmen Moreno

No resulta sencillo encontrar en la actitud, en su forma de desenvolverse y en la firmeza con la que defiende sus argumentos esa timidez que considera inherente a su personalidad. Es más fácil imaginarla, aunque nunca lo haya sido, delegada de clase, ya en Gijón, a donde se trasladaron porque su madre, preocupada por la formación de las hijas, veía dificultades para acceder a los estudios secundarios en el pueblo en el que vivían. Es más fácil imaginar que esa capacidad indiscutible para el liderazgo, para convencer al interlocutor con la solidez de sus propuestas, le viene de serie y no es el resultado de su propio empeño, de esa reconversión que ella misma ha impuesto a su condición de tímida, sostenida también en la responsabilidad de hermana mayor de cinco niñas.

Todas las certezas van haciéndose hueco en el rostro de Carmen Moreno, como si el tiempo se encargara de ir dándole la razón en todo aquello que en su momento pudieron ser simplemente atisbos. Instalada la familia en La Calzada desde 1968, declara haber tenido la suerte de conocer la ciudad no solo en las calles, sino también que gracias a la influencia impagable de profesores como María Elvira Muñiz y el cura José María Bardales, aprendió la vida, y vivió una adolescencia de transición y expectativas, de una sociedad peleando por arrancarse lo viejo y muchas cosas por hacer. Estudiar la carrera de Derecho parecía fundamental para contribuir al desarrollo de una sociedad más justa. Y también lo fue en lo personal, en el control de esa timidez que siempre está ahí, tan invisible como real, transmutada en aplomo y seguridad a comienzos de su vida laboral, cuando con veinticuatro años se incorporó como abogada en la Unión de Comerciantes y tenía que escuchar con frecuencia si era «la secretaria del abogado».

Todos esos apuntes de una biografía que incluyó también el derecho laboral en los tribunales en una época complicada y conflictiva, que la enseñó a manejarse con soltura en las negociaciones, en alcanzar pactos, han ido construyendo la Carmen Moreno de ahora mismo, resuelta y firme, con la capacidad para el argumento irrebatible, el análisis certero, la decisión equilibrada. Gerente de la Unión de Comerciantes desde el comienzo de su constitución en asociación profesionalizada, tuvo que recurrir a la creatividad, que es otro de los componentes de su personalidad, para sacar adelante una tarea que los años han ido consolidando y fortaleciendo.

Por eso su mirada parece ir por delante de cualquier otra actividad: indaga, penetra en el fondo de las cosas, almacena visiones, y un paseo por una ciudad le sirve para que la cabeza comience a funcionar a toda máquina, enhebrando sugerencias con proyectos, incansable en la generación de ideas con el objetivo siempre de que el comercio avance, se profesionalice, alcance cotas de calidad cada vez más altas. Que sea, más allá del intercambio de productos por dinero, una experiencia grata, y cada tienda tenga el alma que sus propietarios y trabajadores le imprimen gracias a la formación, al trabajo, a las ideas. En estos tiempos de augurios tenebrosos, Carmen Moreno, a pesar de la seriedad de su imagen (no es real: puede estallar en carcajadas en cualquier momento), mantiene el optimismo inquebrantable de quien ha surfeado todas las crisis.

Disfruta y ama la ciudad aunque guarde un vínculo con los primeros años leoneses, traducido en la preferencia por nadar en Poniente, por aquello de la ausencia de olas. Pero no hay duda: ha conseguido que para sus dos nietos madrileños la palabra viajar signifique venir a Gijón.