Carmen Gómez

No hubo duda nunca, ni siquiera se le pasó por la cabeza otra opción que estudiar Enfermería, con la vocación como eje de todas sus decisiones. Hasta estuvo a punto de irse a trabajar a África, a Costa de Marfil, recién terminada la carrera, y lo habría hecho de no haberse cruzado la plaza obtenida en Asturias. Venir al norte y traerse a toda la familia tras la jubilación del padre, enamorarse de una tierra que sin serlo tenía mucho de los paisajes familiares, de la melancolía verde, de su originaria Ribeira Sacra, fue el comienzo de una historia, de una vida.

Con veinte años llegó a Gijón y comenzó a trabajar como enfermera en la Residencia Mixta, pasó más tarde a desarrollar su labor durante trece años en el CAMP (Centro de Atención a Personas con Discapacidad Psíquica) y también estuvo en el Equipo Territorial de Dependencia, haciendo valoraciones y descubriendo la dimensión de las necesidades de una ciudad, la dureza de historias personales, soledad y falta de recursos para lidiar con la cara menos bonita de la vida, la que se ve atravesada por la enfermedad, la discapacidad, la vejez. Y es en contacto con las personas de más edad, en la Residencia Mixta de sus inicios donde parece cerrar su ciclo profesional, en la actualidad como Responsable del Área Asistencial, cuidando, pendiente de las condiciones de quienes con más o menos limitaciones llegan a esa edad, a esas circunstancias en las que vivir se va haciendo complicado.

Como a pesar de todo, o tal vez por ello se siente profundamente agradecida a la vida, y afortunada por todo lo que la vida le da, Carmen Gómez sonríe mucho, y su rostro no consigue alejarse de la niña que fue y el brillo que no abandona la mirada de claridades celtas curiosa y vivaz al otro lado del cristal de las gafas, prolonga ese entusiasmo por todo lo que se le pone por delante. En el pelo hay una constelación rebelde de sueños alimentados por lecturas e imaginación, y una vertiente artística que venía de antiguo y que se concretó por el amor y la convivencia durante años con el pintor Kiker, quien además de ser el padre de su hija, fue fundamental en su formación plástica: el deseo de expresar mundos interiores encontró en la complicidad y los universos compartidos argumentos de color y texturas, que acompañan los días de Carmen, últimamente en forma de acuarelas con el colectivo Acuarelastur.

Vital y entusiasta, no descarta retomar el sueño de irse a África en la jubilación, aunque es consciente de que también aquí son muchas las necesidades que hay que cubrir con voluntariado. Le encanta pasear en bici y cuidar de sus plantas, y cuando lo hace recuerda siempre a la abuela enfermera a la que aquello de que disfrutara hundiendo sus dedos en la tierra no le parecía nada apropiado para alguien que tenía como herramienta las manos para curar el dolor, para consolar, para devolver la salud y la vida.