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Hay historias que parecen diseñadas desde el principio de los tiempos, en las que no es posible señalar cuándo y cómo empezó todo. Carlos Rodríguez no sabe de dónde le viene la pasión por las bicis, y en definitiva ese empeño en conseguir hacer de ... las ciudades un espacio para que la vida sea mejor para todos, pero puestos a hacer memoria, la suya se retrotrae a una infancia en el centro de Gijón, donde nació en 1967, y a todo aquello que su padre, médico de profesión, supo transmitirle acerca de los cuidados, de la búsqueda de mejores condiciones de vida, de la preocupación social. Que se cruzara la bici en su camino tuvo que ver con un regalo de primera comunión y un verano en Llanes en el que conoció el placer de pedalear en una BH verde y, eso sí, sin grandes declaraciones de principios que no eran necesarias, su biografía quedó unida a un manillar y a unas ruedas.
Carlos Rodríguez tiene la mirada curiosa, los rasgos simpáticos, una barba en la que el gris ya se siente como en casa, unas cejas en las que baila un alboroto de ideas y proyectos situados al otro lado de la frente, y unas gafas que podrían darle un cierto aire de despiste, si no fuera por la intensidad y la energía que se adivina en sus ojos tras el cristal. Habla con un ritmo pausado, como si pensara muy bien cada uno de los argumentos que estructuran su discurso, y en esa cadencia parece habitar también el espíritu que anima toda su existencia: la firme convicción de que es preciso conquistar espacios presididos por el sosiego, rebajar la tensión en la que vivimos. Tal vez ese empeño, más o menos consciente, le llevó, al cumplir los dieciocho años a decidir no sacarse el carnet de conducir, una absoluta prioridad en los chavales de los ochenta en cuanto llegaban a la mayoría de edad: a cambio decidió viajar a Londres, empezar a conocer cómo era la vida en otros países. Y sin carnet de conducir sigue, mientras su conocimiento de otras ciudades europeas le confirmó en su sospecha de que la forma de moverse también ayuda a mejorar las relaciones personales y a rebajar el nivel de estrés.
Carlos Rodríguez tuvo la suerte de encontrar amigos en la misma ciudad que también pensaban como él, y ese momento coincidió con la aparición de un movimiento a favor del uso de la bicicleta, en aquellos años de juventud, en que el grupo era famoso porque los sábados se desplazaban a Cimavilla para disfrutar de la noche en sus bicis. También por entonces, muy en consonancia con su forma de entender la vida, se hizo objetor de conciencia lo que le llevó a conocer las Asociaciones de Vecinos. Todo ello, unido a sus estudios de Empresariales, su especialización en Márketing y su trabajo en publicidad, el tiempo en que fue educador social, el activismo y la pasión por las dos ruedas, terminaron por configurar quien es ahora, quien lleva siendo desde que se dedica a desarrollar toda clase de proyectos relacionados con la movilidad urbana. De ellos, 30 días en bici, que ahora cumple diez años se ha convertido en clásico e indispensable, tanto como para merecer numerosos premios, entre otros la Medalla de Plata de Gijón. Aquella idea de comprometerse a utilizar la bicicleta durante todos los días del mes de abril ha ido abriéndose paso internacionalmente, y ya son 111 las ciudades adscritas y miles los ciudadanos de distintos lugares que incorporan la bicicleta a su vida cotidiana y consiguen contagiar de ese espíritu a otros muchos a través de las actividades que se desarrollan a lo largo de ese mes.
Nadie dijo que la ruta no estuviera exenta de baches o de dificultades, pero Carlos Rodríguez, buena gente y puro entusiasmo, ha aprendido que a través de los radios de las ruedas de la bicicleta el mundo se ve más humano, y que los pedales sirven también para ir disminuyendo ese trayecto que nos separa de la utopía.
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