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Lunes, 19 de abril 2021, 01:10
Fue ingrata la vida para el diputado Vicente Innerárity. Se lo llevó la parca antes de tiempo, a primera hora de la mañana del 8 de septiembre de 1899 con solo 48 años, «víctima de traidora afección, que venía minando su existencia de años atrás». Así lo contaría, por entonces, EL COMERCIO. Quizás por la progresión de la enfermedad, fue ya en 1896, en abril, cuando se homenajeó al político republicano y fundador de 'El Noroeste'. Fue en el salón Obdulia, de los Campos Elíseos, engalanado con decoración del «aventajado» escultor señor López.
«El menú fue servido por el acreditado 'restaurant' del señor Zapico, y nada dejó que desear». Así que no desmereció al personaje, de «gran corazón, talento clarísimo, voluntad fuerte, espíritu recto y justiciero», según recordaría, a su muerte, EL COMERCIO.
«Su vecindad en Gijón, donde creó familia propia, constituía para Inneráritty» -nacido en Cuba- «el ardiente afán del más entusiasta gijonés». Un buen tipo, en fin, que hace ahora 125 años tomó la palabra a los postres para agasajo de los asistentes a Los Campos, teniendo su discurso como tema central uno rabiosamente actual.
Hizo, dijimos, «una hermosa oración que aplaudieron con frenesí todos los oyentes. En ella (...) hizo un símil de la lucha electoral de Gijón», marcada por la lacra de los caciques, «con la guerra de Polonia, que fue el encanto de cuantos lo escucharon». Recordó Innerárity que, en aquella lucha, «entre los que combatían por la independencia y la dignidad de la patria estaba un sacerdote católico con un crucifijo alzado animando a los patriotas; una bala arrebató la vida al sacerdote y la cruz rodó entre montones de cadáveres y ruina».
Al lanzarse un rabino a cogerla y ser recriminado por uno de sus fieles por abrazar el signo de otra religión, contestó este que no solo era el símbolo del catolicismo, sino también el «de la dignidad, del valor y de la obra de un pueblo». «Que hagáis vosotros lo mismo hasta conseguir arrojar de este pueblo esa asoladora plaga del caciquismo será mi mayor satisfacción», suplicó entre aplausos. Una última, y muy noble, voluntad.
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