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L. MAYORDOMO / E. GARCÍA
Domingo, 21 de noviembre 2021, 00:56
Dicen que mi vida privada deja mucho que desear, pues yo les digo que siempre estoy rodeado de gente, no tengo vida privada. Comparto mi casa con personas que lo han pasado muy mal y han tenido que robar o incluso comerciar con su cuerpo para sobrevivir, pero ellos me necesitan, y que vivamos juntos no significa que yo haya hecho lo mismo». Han pasado dieciocho años desde que el padre Chus, por entonces titular de varias parroquias de Villaviciosa, desde Tazones a Castiello de la Marina, y profesor de religión en institutos como el Jovellanos y el Fernández Vallín, entre otros, pronunciara estas palabras. Hoy ya no es sacerdote -el Papa Francisco lo expulsó del estado clerical en marzo de 2015- pero sobre él siguen pesando las mismas sospechas de comportamientos «inapropiados e inmorales» que en 2013 llevaron al Arzobispado de Oviedo a apartarle de sus responsabilidades.
Jesús María Menéndez Suárez (nacido en Laviana hace 69 años, el tercero de cuatro hermanos) cumple una semana de ingreso en el Centro Penitenciario de Asturias -donde permanece en prisión provisional, comunicada y sin fianza-, mientras la Policía y el juzgado de Instrucción número 4 de Gijón continúan con las diligencias abiertas contra él por dos presuntos delitos: uno de corrupción de menores y otro contra la salud pública. Su titular, Ana López Pandiella, es la misma jueza que hasta en dos ocasiones -en 2012 y 2016- archivó sendas denuncias por abusos sexuales contra el exsacerdote. La primera la había presentado la madre de unos gemelos de origen ecuatoriano que residían en El Llano. La segunda, la de madre de otro menor, vecino de La Calzada. Ambas decían que sus hijos habían sido víctimas de abusos en el piso en el que Jesús María Menéndez daba cobijo a jóvenes con problemas.
Un acogimiento que, en la actualidad, seguía prestando en su casa del número 8 de la calle Donato Argüelles. Es la vivienda en la que la Policía le detuvo el jueves 11 de noviembre. Las escuchas y denuncias recibidas desde el pasado mes de febrero fueron la clave que permitió la entrada y registro del inmueble. Entre el vecindario, el malestar por el trajín de jóvenes que subían y bajaban del piso, a veces a horas intempestivas, era notorio desde hace años. Dicen que algunos de esos chavales -muchos de ellos menores- salían «colocados», que causaban desperfectos en las zonas comunes.
Uno de los cuatro varones adultos con los que comparte su vivienda -y a los que no cobra nada por dejarles vivir en el piso- cree que tras esas denuncias estaría algún vecino. Él niega la mayor. Asegura que en las dos décadas que lleva compartiendo piso con el padre Chus jamás presenció ningún episodio de abusos, que la puerta de la habitación del exsacerdote -esa en la que cuelga un cartel que dice 'celda del p. Chus'- siempre está abierta, como su casa, para recibir en ella a quien lo necesite, para hablar, para que le cuenten sus problemas. «Hace una labor social para los jóvenes desamparados que están tirados por las calles, lo que consigue teniéndolos aquí es que no estén por la calle haciendo tonterías», le defiende.
Según fuentes policiales, en la vivienda -un cuarto piso decorado con muebles antiguos, profusión de imágenes religiosas y muchas plantas- los agentes que estuvieron algo más de una hora realizando el registro encontraron dos piedras de hachís y se llevaron varios teléfonos, ordenadores y demás dispositivos móviles en busca de contenido pedófilo. Sus compañeros de piso aseguran que el hachís no era del exreligioso sino suyo y que el padre Chus, un hombre de vida «sencilla», nunca ha tenido teléfono móvil con internet ni 'tablet' ni ordenador. Solo una 'smart tv' en la que gustaba de ver el informativo de La 1 y los documentales del canal Historia y de National Geographic.
Como hizo en 2013, cuando se despidió de sus feligreses desde el púlpito, el padre Chus sigue defendiendo su inocencia: «Ni mayores ni menores. Ni de un sexo ni del otro: abusos ninguno», le dice a sus allegados.
En torno a su figura no hay unanimidad. Nunca la ha habido. Su forma de ser, de actuar, lleva años generando controversia: sólidas adhesiones o críticas aceradas. Admiración o recelo.
Atraído por la figura de Francisco de Asís, dicen quienes le defienden que solo ha tratado de proyectar ese ejemplo en su día a día, poniendo todo lo que tiene, su casa, su dinero, en manos de quien lo necesita. Sus detractores consideran que esa fachada esconde una realidad más sórdida. Los rumores llevan décadas circulando.
Jesús María Menéndez estudió Filosofía y Teología, se ordenó como sacerdote y en 1978 comenzó a dar clases de Religión. A lo largo de sus 36 años de docencia, apreciado por muchos de sus compañeros y querido por los estudiantes, pasó por las aulas de varios centros de enseñanza Secundaria de Gijón. Destacaba por ser «un tipo enrollado» y sus clases, dicen antiguos alumnos, eran amenas, divertidas. En ellas «nos hablaba de Religión, pero también de cosas cotidianas con toda naturalidad. Sí, también de sexo», cuenta un antiguo alumno del IES Jovellanos. De aquel profesor -que por aquel entonces, la década de los 80 del siglo pasado, rondaba los 30- conserva este gijonés el buen recuerdo de que «nos trataba y nos hablaba como si fuéramos adultos. Algo que solo él y otra profesora hacían».
Esa misma forma de expresarse la empleaba en sus homilías. No era un cura al uso. En el concejo de Villaviciosa mucha gente iba a misa solo por escucharlo a él. «No sermoneaba, tocaba temas de actualidad, de la calle, y su manera de hablar era muy espontánea, incluso te reías en misa, ibas y te entretenías».
Ejemplo de que sabía ganarse a la gente con su afabilidad y buen trato fue la despedida que, tras dieciocho años como párroco, le dispensaron los vecinos de Castiello de la Marina aquel 23 de junio de 2013 en que ofició su última misa. Incluso pese a que tiempo después varias de esas parroquias maliayas que él llevaba descubrieran que había dejado las cuentas a cero -«a algunas llegaron a cortarles la luz»-, aún le siguen defendiendo.
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Rocío Mendoza | Madrid, Álex Sánchez y Sara I. Belled
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