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No sabemos la fecha exacta, pero se cumplen cerca de 250 años desde que el propio Jovellanos plantase, en la plazuela de delante de su casa natal, diez árboles rodeados de un banco de corralillo de piedra, siguiendo el orden del juego de bolos asturianos: nueve árboles dispuestos de 3 en 3 y un biche.
Si Jovellanos nació en 1744, no sería descabellado que en torno a la fecha de su Plan de Mejoras (1782) llevase a cabo una genialidad de las suyas, como fue la vinculación botánica, toponímica, urbanística y lúdica con la plantación de esos árboles siguiendo las letras de su apellido y la disposición de una bolera de cuatreada.
El nombre de cada uno de estos ejemplares empezaba por una letra, que era la misma que le correspondía al orden de su apellido. Julio Somoza, el antiguo cronista, buceó entre tratados de botánica para averiguar los nombres de estos ejemplares coincidentes con el apellido y realizó un croquis donde puede verse perfectamente su ubicación. He aquí la relación: JOVELLANOS (J–jazmín silvestre / O–olmo / V– vid / E – espinera / L–lentisco / L–laurel / A– abedul / N–nogal / O–olivo / S–sauce de Babilonia). La novedad y la curiosidad no termina aquí: podría tratarse de la primera rotulación de un espacio urbano de Gijón, peculiarizada por la singularidad de darle el nombre de Jovellanos a una plaza, plantando árboles que empezaban por las letras de su apellido.
Jovellanos plantó esos árboles personalmente en el último cuarto del siglo XVIII, los cuidó y los podó, hasta que la invasión francesa llegó a Gijón y fueron arrancados. Otro de los sabios preocupados por Gijón que prosiguió con el tema de los árboles fue Pedro Hurlé Manso, quien escribió en EL COMERCIO, el 29 de agosto de 1954, el artículo 'La plazuela de los Jovellanos y el juego de los bolos' y señala que fueron repuestos nada más volver Jovellanos del destierro en el castillo de Bellver en Mallorca (1808).
En tres páginas conservadas en la biblioteca asturiana del Padre Patac sobre este artículo: aparece el valiosísimo croquis heredado de Julio Somoza (hecho a principios del siglo XX) y Hurlé Manso apunta que realmente no estaban dispuestos tan rectilíneos, sino de una forma diagonal más imperfecta. Los árboles con el corralito y el Campo Valdés detrás también pueden verse en el cuadro del Ateneo Jovellanos que pintó Piñole en 1954. Un cuadro de grandísimo valor tanto por su tamaño como por ser la última y única imagen en color de estos árboles, meses antes de ser talados. Estaban aproximadamente situados detrás de la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe. Los árboles lindantes con la actual calle Escultor Sebastián Miranda estaban separados por el doble de distancia de los otros seis.
Asimismo, Pedro Hurlé criticó en ese verano de 1954 que el Ayuntamiento, presidido por Carlos Cienfuegos, proyectaba hacer una reforma de la plaza de Jovellanos y que eso supondría quitar los árboles. Tristemente los malos augurios se cumplieron y el último árbol que quedaba por desaparecer, un olivo más que centenario, fue arrancado a las cuatro de la tarde del 28 de enero de 1955, como apunta Agustín Guzmán Sancho en 'Jovellanos, retrato íntimo'.
En La Facina (Somió), los hermanos Del Campo-Díaz Laviada conservan una rama tallada de ese olivo que plantó Jovellanos, porque su padre, el fotógrafo Gonzalo del Campo y del Castillo, tan amigo de Pedro Hurlé, acudió a hacerse con un trozo de madera antes de que desapareciera. Lo mismo hizo el padre Patac, quien lo donó al Foro Jovellanos.
De manera esquemática se plantaron algunos ejemplares delante de la casa, los que hoy cumplen las veces de terraza hostelera, pero esa originalidad botánica se perdió, la cual sería muy sencilla y rápida de recuperar si estuviera bajo el interés de la nueva corporación. Sin embargo, se hizo algo similar en la rotonda de Ceares, con un árbol por cada letra y ahí siguen, aunque fuera de todo contexto.
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José A. González y Álex Sánchez
Clara Alba y José A. González
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