LAURA CASTAÑÓN
Domingo, 12 de noviembre 2023, 01:07
A Arancha Vega el azar le concedió la circunstancia de ser la pequeña de cuatro hermanos con los que se llevaba bastante diferencia de años. Eso le permitió vivir una infancia protegida y feliz y a la vez muy independiente, porque los hermanos con los ... que ahora esa distancia ya se ha borrado, no parecían por entonces compañeros de juegos muy propicios. Había nacido en 1967, en Gijón, y la calle Padilla, donde aún vive su madre, todavía conserva los ecos de sus pasos, de sus juegos y de las risas con sus amigas.
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En ningún sitio estaba escrito que con el tiempo llegaría a ser maestra, pero aquella niña dio en encontrar un placer extraordinario en reproducir con sus muñecas, bien alineadas en el sofá, algunas de las actividades que ella misma practicaba en sus primeros años de escuela. Sin embargo, lo de la vocación vino mucho después. Incluso con posterioridad a los años en Magisterio: solo cuando se vio frente a los niños y niñas y descubrió cuánto de espontaneidad y talento había delante de ella y cómo sus conocimientos y la experiencia que iría adquiriendo podían contribuir a la formación de los alumnos, tuvo consciencia de que ésa y no otra era la vida en la que quería ocupar sus horas. De hecho, aunque en un principio tenía previsto continuar los estudios con Psicología, la dinámica del trabajo, la entrega sistemática a la profesión fue aparcando aquella primera voluntad.
No es necesario mucho tiempo para adivinar en Arancha un entusiasmo absoluto por la enseñanza, una fe rotunda en el poder transformador de la educación. Lo dice el brillo de sus ojos, la sonrisa incansable y franca, presente en cualquier conversación, invitando a la comunicación y a la buena sintonía. Lo dice también el gesto de acogida que los brazos que se cruzan no pueden desmentir, la libertad que se adivina en su pelo. Lo dice la alegría que transmite todo en ella y que en ningún momento resulta indiferente a todos los que comparten con ella trabajo y vida.
Si hace ciento cuarenta años, los primeros jesuitas que pusieron en marcha el proyecto de un colegio en Gijón hubieran sabido que llegaría el día en que no solo no estaría presente la comunidad de religiosos, sino que además el colegio sería dirigido por una mujer, igual les habría resultado, como mínimo, chocante, pese a la inteligencia y a la visión de futuro que siempre ha sido seña de identidad de la Compañía de Jesús. Alguno, a lo mejor, habría recurrido al 'O tempora o mores', pero lo más probable es que todos ellos habrían caído seducidos por la personalidad apabullante, entusiasta, vital de esta mujer que disfruta compartiendo aula con niños, aunque la responsabilidad de la dirección le ha restado parte de ese placer, sustituyéndolo por otras tareas a las que también se entrega con pasión. Su trayectoria en el Colegio había empezado en 1999 con su incorporación que coincidió con la puesta en marcha de la etapa de Infantil, para después encargarse de la dirección de las etapas de Infantil y Primaria.
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Su dedicación a la enseñanza se materializó en el trabajo para diseñar los proyectos Magis y Caminando Juntos, en los que juegan un papel importante los espacios para la docencia y la presencia y trabajo conjunto con las familias. Tampoco resulta tan raro que (aunque ella estaba convencida de que sí sería una mujer quien se convirtiera en directora), la sorprendiera, que este año haya accedido a la dirección.
La mujer que está al frente de un Colegio de Jesuitas, sigue manteniendo mucho de la niña que leía por las tardes las aventuras de Esther y su mundo, y aprendió en su casa la importancia de la familia, la devoción por el conocimiento y la cultura de un padre cinéfilo y una madre lectora voraz, el placer que proporcionan las largas caminatas a la orilla del mar, y el amor incondicional por lo que uno hace, que ahora comparte con su propia familia, el amor por esa vida que habita, dispuesta al regalo siempre, en la franqueza de su sonrisa.
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