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Para Ángel Alonso Canal el de hoy es un día «sorprendente» y no es para menos. Es su cumpleaños, pero las velas aumentan a los tres dígitos. Y, a pesar de tener 100 años, la edad no le ha afectado a su memoria. Recuerda su ... vida al detalle. Desde la guerra civil, su viaje por el mar Atlántico en busca de una vida mejor, hasta la mayor alegría que le ha otorgado llegar hasta tan longeva edad: conocer a sus dos bisnietos Darío y Vera.
Y si hay otra cosa que no le ha quitado la edad ha sido el apetito. Quizás la hambruna que paso durante los años de la guerra es lo que hace que a día de hoy tenga «muy buen yantar», explica su única nieta, Cristina Alonso. Por eso, desde que su familia le anunció hace unos días que ayer iba a comer fabes y fixuelos con dulce de leche, Ángel no pensaba en otra cosa. Actualmente, vive en la residencia de Palacio de Caldones en Gijón junto a su mujer, Josefina Álvarez, de 97 años. Pero ayer, se trasladó a la casa familiar de La Arena para celebrar con su mujer, hijo, nieta y bisnietos este día tan especial. Y tras la comida no pudo faltar una partida de cartas, un juego en el que es un gran rival. «Nos pega unos repasos impresionantes. Tiene una gran memoria, cuenta todas las cartas que salen», dice Cristina. Hoy, en su residencia, han querido hacerle una pequeña fiesta con tarta porque cien años no se cumplen todos los días.
Había una gran nevada cuando Ángel nació. Soprendentemente, lo hizo con tan solo «un hilo de vida», cuenta. A pesar de eso, pudo sobrevivir convirtiéndose en el tercero de siete hermanos. No fue la única vez que Ángel le puso cara a la muerte. A los seis años una infección grave de lombrices le mantuvo con una ristra de ajos durante un año entero, «era el remedio de la época», explica. Aunque lo que realmente le curó fue un hombre que le dio sarrio, que es la carbonilla de la cocina de leña, junto con agua y le curó.
Si hay un sonido que Ángel sigue teniendo grabado en la mente a pesar del paso del tiempo es el del fusilamiento en 1936 a su padre, que era tratante de ganado. «La gente se denunciaba por envidia. Nunca se supo quien fue», dice. Pero si algo recuerda es que «fueron cuatro tiros». Sabe que fueron cuatro. Lo oyo todo. De esos años rememora a su hermano Ramiro con saco de harina a modo de pantalón que llevó durante dos años y la primera compra que pudo hacer a los 15 años con el dinero que consiguió de trabajar en la obra: «¡un pantalón largo!». Pues bien, antes de eso iba en cortos «nevara o tronara».
Tras conocer a Josefina Álvarez y casarse con ella en 1950, al año siguiente tuvieron a su único hijo, Manuel Alonso. Para darles una vida mejor, Ángel se dirigió en 1953 hacia las américas en el barco argentino 'Juan de Garay'. Llegó a Brasil donde trabajó como repartidor de café en la empresa Lucitano, pero el país no acabó de convencerlo. Tras siete meses, decidió moverse a otro lugar del continente sudamericano, inicialmente a Argentina. Pero, en medio del trayecto sucede el golpe peronista. «Salí de una dictadura, no quería meterme en otra», explica. Por eso quedó en Santa Ana de Livramento, frontera con Uruguay. Allí trabajó en la construcción de una central térmica «que todavía hoy existe». En 1954 su familia pudo ir con él y se mudaron a Montevideo, donde trabajó como pintor de obra, incluso en proyectos de gente reconocida en el país, como su ex presidente, Batlle Berres.
Fue su hijo quien quiso volver a España a hacer el servicio militar en 1971. Una vez terminado, se asentó en el barrio de El Llano. Más tarde, en 1974, Ángel y Josefina vinieron a vivir con él a Gijón y, aunque al principio tenía miedo de no encontrar trabajo, «nunca le faltó», señala su hijo.
Toda una vida que le sirvió para «construir un rico círculo social», indica su nieta. Que no se cansa de definir a su abuelo como «valiente, magnífico narrador de historias, cariñoso, con gran sentido del humor y, por encima de todo, trabajador».
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