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EUGENIA GARCÍA
GIJÓN.
Lunes, 11 de junio 2018, 03:36
Sesenta días después del domingo de Resurrección, los pequeños que durante esta primavera recibieron la Primera Comunión en la iglesia de San Julián de Somió tienen la oportunidad de volver a lucir sus trajes y vestidos. Ayer, nerviosos casi como el primer día -pero con algo más de experiencia-, cuarenta niños y niñas esperaban sentados a ambos lados del altar a que comenzase la tradicional eucaristía con la que se celebra el santo sacramento.
En el pasillo central, una magnífica alfombra floral elaborada con gran esmero y mucha paciencia por las voluntarias de la asociación vecinal vestía el templo con dibujos en tonos verdes, rojos y blancos que replicaban las grecas del altar.
Además, por primera vez, fuera de la iglesia esperaba otra, no menos impresionante, que recreaba el escudo de Somió y la festividad que reunió a decenas de fieles en la iglesia parroquial.
La misa, cantada por la Coral de San Julián, estuvo oficiada por Antonio Allende Felgueroso, delegado de Educación de la Compañía de Jesús y el párroco, Luis Muiña, que contó con la asistencia del diácono Miguel Ángel Bueno. El jesuita, quien fuera feligrés de la parroquia, llamó a los fieles a «estar verdaderamente presentes en cada momento». «Vivimos en una época marcada por una cierta ansiedad respecto a cómo nos relacionamos con el tiempo, que por una parte siempre nos falta y por otra parece que pasa demasiado lento», reflexionó. Frecuentemente, esto nos lleva a hacernos preguntas como «¿me estaré perdiendo algo?» y a veces «esta ansiedad se hace patente también cuando los más pequeños van a visitar, por ejemplo, a sus abuelos. «Parece que enseguida hay que buscar algo para no estar más que de cuerpo presente: el móvil, la 'tablet', un videojuego».
Así, el jesuita resaltó la diferencia entre «estar» en un lugar y «hacerse presente» en él. «Lo segundo es entender, escuchar, oír a las personas que nos rodean». «Aunque en algunos momentos parece que nos gustaría estar en otro sitio, hacerse presente es de las cosas más importantes», destacó. Y ese, aseguró Antonio Allende, es el propósito de la fiesta que se celebró ayer. «Celebrar esa costumbre que hemos perdido».
Durante la eucaristía, el rostro de los feligreses era el vivo reflejo de la introspección, centrados como estaban en esta fiesta que los cristianos celebran desde hace casi novecientos años. Y una vez concluida, precedidos de una salva de voladores y con la música de la Banda de Música de Gijón, rindieron culto al santo sacramento con la tradicional procesión bajo palio hasta la plaza de Villamanín.
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