La gijonesa que cedió la guarda de su hija al Principado prefiere quedar en el anonimato para proteger la intimidad de la menor.

«El Principado tutela, pero no cuida a mi hija»

Una gijonesa acusa a la Administración de desatender a una menor «en riesgo máximo»

CHELO TUYA

Miércoles, 22 de febrero 2017, 01:50

«Solo pido que no me engañen. Que no me abandonen a la nena. Que lleva 74 días por la calle, drogada, borracha y nadie hace nada. Yo ya no sé qué hacer. Solo me queda esta salida». La 'salida' que para su problema ha buscado María (nombre ficticio) es contar su historia a EL COMERCIO.

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Lo hace esta empresaria gijonesa desde el anonimato, «porque no quiero perjudicar a mi hija ni atentar contra su intimidad». Y lo hace, confiesa, «después de haber llamado a todas las puertas: los servicios sociales municipales, los de la Consejería de Servicios y Derechos Sociales, a la Fiscalía de Menores, incluso la asistencia médica especializada, ya no sé a dónde acudir».

En todas esas puertas busca ayuda para su hija, menor de edad, con diagnóstico de Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) y problemas de consumo de alcohol y drogas. «La propia Administración reconoce que su seguridad y su salud están en riesgo extremo, pero, sin embargo, soy yo la que salgo cada noche a buscarla por los parques y los bares».

Lo hace pese a que ella no tiene la custodia. Desde el 5 de diciembre pasado su hija, «mi nena», de 17 años, está bajo la custodia temporal del Principado. La Fiscalía de Menores fijó -«porque yo se lo pedí»- su ingreso en la Unidad de Primera Acogida (UPA), la que la Consejería de Servicios y Derechos Sociales tiene abierta en el Fundoma, debido a las obras del Centro Materno-Infantil de Oviedo.

Fuera de control

Fuedespués de la última agresión. La que su hija cometió contra ella misma y contra su madre. «Se había fugado de casa, una vez más, y fuimos a buscarla. Cuando la encontramos, completamente colocada, comenzó a darnos bolsazos. Al ver aquello, mi madre salió del coche y mi hija, que la adora, se tiró a por ella. Mi madre no creía lo que estaba pasando. Hicieron falta cuatro policías para esposarla. Ese día me planté».

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Se plantó y al fiscal de menores, al que ya conocía de episodios anteriores, le suplicó una ayuda. «Porque estoy desbordada. Mi hija tiene un problema de salud grave, que se complica con las compañías y el consumo de drogas y alcohol. Cuando no consume, es encantadora. Pero cuando consume...».

Cuandolo hace desaparece de casa. Y se vuelve agresiva. Como empezó a hacerlo en 2014. Hasta ese momento, la 'nena' de María era una niña «adorable, todas mis clientas la conocen y lo saben». Porque María, divorciada desde hace catorce años, se ocupó siempre de su hija. Con el apoyo de sus padres. «Nunca hubo ningún problema. Éramos una familia feliz».

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Pero en 2014, en cuarto de la ESO, la menor conoce a un chico. «Un miembro de una pandilla que para en un parque donde todos consumen y trafican». Ella, de 15 años, se enamora y, desde ese momento, «todo cambió. No es que fuera de la noche a la mañana, pero fue todo muy rápido».

Tanto que al año siguiente su tío presentó una denuncia contra ella en la Comisaría de Policía de Gijón. «Lo hizo mi hermano después de ver que me había agredido. Ya lo había hecho más veces, pero aquella vez fue peor. La Policía me convenció de que era por el bien de la nena. Y eso creí».

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Pero el castigo, cuatro meses de trabajos en beneficio de la comunidad y terapia en una ONG, «no sirvieron para nada. En la terapia estaban encantados con ella, porque es muy dulce, pero yo les decía 'Que os engaña, que consume'. No me creyeron y así estamos. Cuando se le pasa el colocón, a mí también me abraza y me llama mami».

Novio de 30 años

Además de pedir ayuda a la red pública, María también acudió a la privada. Llevó a su hija a consultas de médicos especializados. «Gasté más de 4.000 euros en consultas. No me quejo, todo lo hago por ella», pero el problema no se frenó. «Su adicción a los porros es muy fuerte. Ya no sé cuántas multas pagué por ello».

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De nada sirvió. La deriva de la menor se complicó cuando inició una relación «con un hombre de 30 años. Fui a la Policía a decirlo, que estaban en un piso en el que él traficaba con droga, que la estaba utilizando, pero nadie podía hacer nada».

Hasta que llegó la agresión de diciembre pasado y el ingreso en la UPA. «En ese momento creí, de verdad, que había una esperanza. Que la nena estaría bien. ¡Cuánto me equivoqué!». Porque, pese a que el ingreso en la UPA es por un máximo de 45 días, la hija de María lleva allí dos meses y medio. Y solo hasta el 25 de enero, la Administración regional reconoce por escrito la existencia de nueve fugas. «Esas, que ellos tengan contabilizadas, porque allí hay mucho descontrol». Tanto que «aunque necesita medicación, sé que no se la dan. Tiene que tomar cuatro pastilla diarias, pero desde diciembre tiene el mismo bote, el que yo llevé».

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También es ella la que busca a su hija. «Me entero de que se ha fugado porque llamo por las noches, para saber cómo esta. Me dicen 'está en fuga' y ya voy a buscarla. Siempre va al mismo parque, aunque también hemos tenido otras experiencias horrorosas».

Se refiere a la última escapada, la de cinco días «a una casa abandonada en Grado con otros menores del Fundoma. Me planté delante de la casa y pedí a la Guardia Civil que me ayudara». Como lo hace cada fin de semana con la Policía Nacional gijonesa. «Me conocen todos. Son muy amables, pero están tan atados como yo. De verdad que no sé qué hacer. Mi hija está enferma, necesita ayuda y no veo que nadie se la dé. Y yo temo por su vida».

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María no se separa del móvil. No descansa. No duerme. Y repite su mensaje: «Cedí la custodia al Principado por sus problemas de consumo y conducta, pero nada ha cambiado. Del Fundoma se escapa a diario y soy yo la que recorro los parques en su busca».

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